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MARTA HERRERA ÁNGEL (*)
Archivos, historia y vida cotidiana

Juana y Marcos dedicaron la tarde del domingo a revisar y organizar las fotos de su paso por el colegio, que les dejó Manuel. Evocaron momentos olvidados y discutieron sobre el sentido de lo que había sucedido. Si había sido justa la acusación que se le había hecho a Manuel, cuando casi lo expulsan del colegio y si, finalmente, no tendría sentido el reclamo de Gabriela sobre la necesidad de mirar más lo que hacemos y decimos en forma cotidiana, en lugar de endiosar tanto a individuos que supuestamente hacen la historia... Pero hablando de historia, era hora de ir a estudiar las guerras de la independencia, ese fatigante recuento de fechas y lugares, de ejércitos patriotas. Gabriela decía que en los archivos había más que eso, que algo podía conocerse sobre cómo vivía y qué pensaba la gente de la época, aproximarse a la forma como percibían a las otras personas y a su entorno...

Con frecuencia se menciona a los archivos un poco asumiendo que el significado de esta palabra es claro, nítido y compartido por las personas con quienes se habla. También, como sucede con frecuencia, uno y otro supuesto carecen de fundamento. Un archivo puede ser muchas cosas. En realidad el concepto de archivo puede resultar bastante vago e impreciso, puede remitir a diversas ideas asociadas con algo que se guarda y, en cierta forma, algo que se olvida, paradójicamente para no olvidarlo, para no perderlo, porque puede ser de utilidad en algún momento.

En nuestra vida cotidiana guardamos, archivamos, muchas cosas con esa idea. Las fotografías de un paseo, de los amigos, de los hijos, de los padres, de momentos que fueron registrados en una imagen. A veces también las cartas y las tarjetas que nos han enviado y hasta las que nunca enviamos. Incluimos en ese repertorio letras de canciones, recetas de cocina y las, con frecuencia, poco divertidas comunicaciones que nos envían las instituciones con las que tenemos que lidiar en nuestra vida cotidiana. En síntesis, en el curso de nuestras vidas vamos armando un archivo, nuestro archivo personal.

Ese archivo está sujeto a múltiples accidentes y pérdidas, a "botadas de basura", a olvidos. Sus elementos pueden desaparecer o quedar olvidados en un rincón durante mucho tiempo, inclusive durante toda nuestra vida. A veces respiramos aliviados cuando encontramos ese papel que necesitábamos con tanta urgencia. En otras oportunidades damos una mirada a esas fotografías que guardamos. Ese papel del pasado aún nos es útil en el presente y esa fotografía nos hace recordar imágenes y sentimientos que reposan en algún oscuro rincón de nuestra memoria. En ambos casos el pasado vuelve a actualizarse, se hace vivo y, curiosamente, no siempre lo miramos de la misma manera. De nuestro presente depende buena parte de la valoración que hacemos de ese pasado. Botamos o guardamos con desagrado la foto en la que aparece alguien con quien rompimos nuestros afectos y luego, si esa relación se ha modificado en un buen sentido, la podemos mirar con ojos más amables e incluso lamentar haberla roto.

Pero también sucede que ese recuerdo, esa imagen coloque esa dimensión del pasado en una nueva perspectiva. Que recordemos momentos que habíamos olvidado y que ese recuerdo nos lleve a asumir en nuestro presente una nueva actitud hacia una persona o una situación determinada. Para bien o para mal, ese recuerdo del pasado afecta nuestro presente y nos lleva a mirarlo de otra manera.

Pero no siempre miramos nuestros archivos. A veces tenemos la suerte o el fastidio, eso depende, de tener acceso al archivo de otras personas, familias o instituciones. Nuestras reflexiones entonces se alejan un poco de nuestros recuerdos y de nuestras alegrías y frustraciones. Podemos mirarlos de otra manera. Vemos otras cosas. Encontramos entonces que la novísima moda de todo tiene menos de nueva. Que las "pintas" con que madres, padres, abuelos y abuelas se sentían maravillosamente vestidos, pueden aparecer a nuestros ojos con tintes de ridiculez absurda. También puede suceder lo contrario y podemos traer al presente hermosos elementos que supuestas nuevas modas habían desplazado. Todo puede suceder en ese recóndito rincón que abre sus ventanas a un pasado que queda por ahí, sea en los archivos que tanto deleitan a los historiadores o en las acumulaciones de basura que constituyen uno de los tesoros más preciados de los hallazgos arqueológicos.

Pero es, precisamente, ese acceso a la memoria de otros lo que nos pone en contacto con reflexiones que permiten que nos veamos dentro de nuestro colectivo social. Son de otros, pero en muchas cosas nos identificamos con ellos, podemos entender que la posición ladeada del sombrero de esa chica de la foto o de la pintura posiblemente obedecía a que ella consideraba que la moda dictaba esos cánones de belleza y elegancia.

Pero no siempre sucede lo mismo. No siempre los archivos a los que tenemos acceso nos ponen en contacto con formas de ver el mundo similares a las nuestras. A veces nos sentimos como si nos hablaran en un idioma que no entendemos. Así nos damos cuenta que las formas de ver el mundo pueden ser muy distintas, que los mismos objetos pueden ser valorados de muy distinta manera y que nuestros valores más preciados pueden resultar altamente pecaminosos, vistos desde otra perspectiva. Cada sociedad tiene sus propios dioses y demonios y los venera a su manera. El archivo entonces nos permite entender aspectos más generales de la organización social y, en esa medida, entendernos mejor a nosotros mismos.

Recordar puede verse como revivir y en ese revivir es mucho lo que podemos entender sobre nosotros y los otros. Para eso también sirven los archivos.

Después del examen de historia, Juana y Marcos le contaron a Gabriela sobre lo que habían hecho la tarde del domingo y ella les dijo que eso sí era hacer historia: entender, reconsiderar..., mirar cómo operan las sociedades, entender las motivaciones de sus integrantes, sus formas de relacionarse. Entender más a las colectividades que a los individuos, entender más la forma como operan los sectores dominantes que legitimarlos, en fin, aproximarse al conjunto social y no sólo a un sector de ese conjunto, como si fuera el todo.

(*)Profesora Asociada, Departamento de Historia, Universidad de los Andes.

Altablero, 46, Archivos, historia y vida cotidiana,
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Altablero No. 46, JULIO-SEPTIEMBRE 2008
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Archivos, historia y vida cotidiana
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