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IVÁN ESPINOSA (*)
La historia hoy: disciplina del cambio

Como estudiante de pregrado y posgrado, como profesor en varios colegios del Valle del Cauca y como docente e investigador universitario, mi aproximación al pensamiento histórico ha sido posible desde distintos ángulos y distintas experiencias. En este recorrido diverso, muchas ideas me han sido de gran utilidad en la praxis pedagógica. Dos de ellas quiero compartir: a) el conocimiento histórico es cambiante y b) el objeto actual de conocimiento de la historiografía es el cambio.

Como bien lo señaló Arnaldo Momigliano, desde la Grecia clásica hasta la Ilustración la historiografía occidental -para sorpresa de muchos- fue una disciplina avocada sobre todo al análisis del presente. Por más de dos milenios, los historiadores desconfiaron de todo aquel que aseguraba conocer con certeza el pasado. ¿Y cómo no hacerlo si se trataba de describir hechos no presenciados y cuyos testigos habían desaparecido? El estudio del pasado se tenía por una disciplina menor; tarea de "anticuarios" y "arqueólogos", no de historiadores. Por su ámbito de estudio (lo actual) y por sus métodos (la entrevista y la observación directa), la historiografía no facilitó el surgimiento de la sociología y la antropología hasta tanto ella no cambió de objeto en el siglo XIX.

Esa mutación acaeció con los positivistas alemanes. Para ellos, en un momento en que la unificación alemana clamaba por una identidad nacional, el campo de trabajo de la ciencia histórica debía ser el pasado, porque sólo allí era observable lo común. A este lado del Atlántico, ese paradigma se asumió como la exaltación de hechos pretéritos protagonizados por algunos sujetos de características bien específicas (hombres, blancos, adultos, católicos y de estratos altos). La historia fue una asignatura escolar en la que debíamos apreciar a los "héroes" de la Conquista y la Independencia. Aprendíamos a ser patriotas, o sea, defensores fervientes de unos símbolos nacionales y unos límites políticos artificiales. Frente a las naciones hermanas, se privilegió lo que de ellas nos diferenciaba y no lo que nos unía. Sus implicaciones saltan hoy a la vista.

Sin embargo, el pasado como ídolo único de la historiografía se derrumbó con el entronizamiento de la escuela de Annales hacia los años 50 del siglo XX. Los franceses insistieron en que la historia debía estudiar la permanencia, es decir, las estructuras socioeconómicas y culturales que seguían casi imperturbables bajo los superficiales cambios políticos. Se iba al pasado en busca de las raíces de fenómenos de una larga continuidad histórica que aún pesaban sobre el presente: v. gr. el capitalismo o el cristianismo.

Con las transformaciones de la Revolución Cultural de los 60 y a causa también de las amplias repercusiones del desplome del socialismo a finales de los años 80 del siglo anterior, la preocupación por la permanencia tendió a devaluarse. El primero de dichos contextos nos enseñó que la historia no era un atributo exclusivo de las sociedades capitalistas ni de quienes se decían herederos de Occidente. El cambio, pues, también ocurría en los pueblos de Asia y África que andaban en sus procesos de afirmación de la descolonización y entre aquellos grupos sociales definidos como minorías (afroamericanos, mujeres, homosexuales, etc.) que buscaban su visibilización histórica. El segundo contexto, que incluye la revolución en las comunicaciones, nos puso de relieve que el cambio es una condición básica de la humanidad presente. Los híbridos culturales, la innovación tecnológica, la globalización o el impacto del calentamiento global nos recuerdan a diario que el mundo se mueve ahora con un dinamismo inédito. Bajo ese movimiento general cada rincón del planeta, para bien y para mal, se ve afectado de manera evidente o implícita. Así, junto con Eric Hobsbawm, creemos que la tarea central del historiador de hoy consiste en estudiar el cambio, esto es, en "averiguar cómo y por qué el Homo Sapiens pasó del Paleolítico a la Era nuclear" siguiendo una trayectoria que no podemos ver sólo de manera lineal, progresiva y homogénea.

Enseñar historia bajo el paradigma del cambio nos obliga a superar su presentación como una mera sucesión de etapas estáticas y, más bien, a observar mejor los distintos desarrollos dinámicos de problemas concretos. Estudiar el proceso de abolición de la esclavización en la Nueva Granada o la transformación de las relaciones interpersonales bajo el impacto de Internet en los últimos años, debe conducirnos entonces a aprehender tales fenómenos no sólo en sus formas narrativa o descriptiva sino también explicativa. La conjunción de esos tres niveles analíticos que responden respectivamente al qué, al cómo y al porqué, a su vez ayuda a enfatizar una segunda ventaja pedagógica: la de entender que los hechos humanos siempre han sido materia de diversas interpretaciones que, inclusive, se oponen entre sí.

Si, como decía Antonio Gramsci, la naturaleza del hombre es la historia, no existe nada -ni los hechos humanos ni sus interpretaciones- que no cambie. Con esta perspectiva que abre la mente de estudiantes y profesores, podemos perfectamente sustituir la meta de producir patriotas seguidores de una única verdad inmutable por la de la formación de unos ciudadanos solidarios, pero críticos capaces de aceptar distintas verdades que varían con el tiempo. Como en la actualidad vemos, las sociedades hechas de patriotas tienden al establecimiento de dictaduras civiles populistas. Las democracias se hacen sólidas sólo con ciudadanos críticos. En todo ello, lo que se enseña como historia no es cosa vana...

* Historiador, docente de la Universidad Externado de Colombia.

La historia hoy: disciplina del cambio, altablero, 46,
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Altablero No. 46, JULIO-SEPTIEMBRE 2008
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