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Soy maestra de lengua materna desde hace muchos años y he sostenido mi tarea en la hermosa afirmación heideggeriana de que el lenguaje es la morada del ser. Con el tiempo aprendí también que el lenguaje se produce fundamentalmente en la interacción social y por ello valoro significativamente cualquier intento por fortalecer la competencia comunicativa: comunicarse es la posibilidad de establecer un diálogo con el otro y así enriquecer ese lugar desde el cual cada uno de nosotros es, comprende y asume su propia vida y la experiencia humana en general... Desde mi oficio, confío en que comunicarse es una práctica que se construye y que se puede aprender.
Tomo como punto de partida de este aprendizaje la necesidad de enmarcar cualquier ejercicio comunicador dentro de una situación precisa y concreta. Esto supone un uso particular del lenguaje, acorde con un propósito específico y con una caracterización especial de quienes participan en él. Lo que se produce en este ejercicio es un texto que se estructura a partir del reconocimiento de las condiciones de la situación. Si, por ejemplo, el propósito comunicativo es contar algo que ha pasado, la estructura del texto, que será narrativa, tendrá en cuenta cómo entrelazar las acciones que progresan en medio de unos sucesos con distinta fuerza perturbadora. Si el propósito es más bien el de opinar sobre algo, su estructura, argumentativa, se basará en razones y será bien distinta de la anterior. Habrá entre los textos algunos claramente funcionales, con propósitos prácticos muy visibles, y los habrá también con propósitos más complejos, llenos de sentidos, quizás incluso cargados de ambigüedad. En éstos aparecerán mundos que no se han imaginado antes o con los que se busque comprender o expresar realidades de maneras siempre nuevas.
Desde esta concepción comunicativa del lenguaje, tengo la convicción de que el texto es la unidad que se debe trabajar en el aula. Cada texto se construye conforme a unas pautas de organización que conectan entre sí todas sus partes y que permiten que la cantidad de información que contiene sea suficiente y avance sin tropiezos: nada de repeticiones innecesarias o de vacíos que oscurezcan su sentido. Esto sugiere que un texto se comprende cuando se reconocen sus ideas y se desentraña su proceso de composición. Hablar de composición es situarse en el horizonte de la gramática como el principio que estructura el lenguaje desde sus formas más simples hasta sus formas más complejas. De ahí que cualquier intento por desterrar a la gramática de la clase de lenguaje, como parece que había sido la tendencia de los últimos tiempos, se haya ido desplazando más bien hacia una reconsideración de ésta como responsable de la coherencia misma del texto y ya no sólo de cada una de sus partes.
La propuesta que hago a mis estudiantes para intentar ampliar su competencia comunicativa es la de un constante acercamiento a diferentes textos. Esta práctica les permite afianzar el reconocimiento, tanto de las situaciones comunicativas como del proceso específico de composición de cada uno de los textos. Pero hay algo más que también contribuye al desarrollo de esta competencia y que me he propuesto recordarles: la lectura y la escritura, lejos de ser actividades independientes, se complementan. Aquellos que han abordado la escritura de un texto como lectores atentos que se acercan a él o quienes lo han leído como si fueran su propio constructor, no sólo se aproximan a su estructura; también lo hacen al poder de las palabras mismas y a todos los juegos que de ellas se derivan.
(*) Profesora de lenguaje en el Colegio Los Nogales, de Bogotá; catedrática de la Universidad Pedagógica Nacional.
Gramática, cohesión y coherencia; Altablero No.40 |