Siempre he pensado que las letras pueden cambiar a una persona. Si tienen el peso suficiente, pueden hacer vivir en carne propia al lector emociones y acontecimientos ajenos. Yo mismo me pregunto con frecuencia: ¿Cómo darle peso a mis palabras? Una respuesta la obtuvimos los profesores por medio de nuestros estudiantes, formulándoles preguntas expuestas en pancartas por todo el colegio.
Preguntas simples sobre conductas de vida hace doscientos años como: ¿Qué herramientas odontológicas tenían? o ¿cuáles eran los cortes de cabello? Y preguntas ya más complejas sobre héroes y heroínas o sobre datos históricos. La palabra se convertía en herramienta de peso frente al habitual paso distraído de los estudiantes en los corredores.
Después de unas semanas aparecieron otras pancartas, dando respuesta a esas preguntas. Algunas nacieron en las aulas de clase, otras -y entre ellas mis favoritas- de la curiosidad de los mismos estudiantes; algunas sin profunda investigación pero con ánimo de participar (o de hacer la broma), y otras con el debido proceso de investigación previa... y hasta con dibujos.
Una vez las respuestas estaban al alcance de todos los estudiantes, se empezó a crear un imaginario de una vida muy distinta a la que estamos acostumbrados, sobre la época de la Independencia. De esas respuestas nacieron más preguntas que se podían oír en las escaleras en el momento de salir a descanso: "Si no tenían videojuegos, ¿qué hacían para pasarla rico?, ¿Por qué tenían que sacar las muelas por medio de tan brutales experimentos?, ¿Quién se inventó las herramientas quirúrgicas y cuándo llegaron a Colombia?".
Pronto esa ampliación del imaginario se estableció como una rutina en el colegio, ya que algunos de los habituales juegos del descanso como policías y ladrones, se cambiaron por españoles y criollos; los equipos de los campeonatos deportivos ya no tenían cualquier nombre sino los de los héroes del Bicentenario, que se volvían héroes actuales, reconocidos y respetados.
Las preguntas y respuestas se trasformaron en un objeto tan pesado, que me dieron la opción y la herramienta para escribir este artículo.
Sé que no estoy cerca de cambiar a las personas o de brindarles el coraje que tuvieron hombres y mujeres en nuestra independencia. Pero esa no es la finalidad de este texto. Creo que el verdadero peso que busco para hablar del Bicentenario se dio en los corredores del colegio por medio de letras hechas preguntas, de preguntas hechas respuestas y de respuestas convertidas en hechos.
(*) Docente de Artística del Instituto San Juan de Dios, Bogotá.
El peso de la palabra, altablero, 53 |