El conocimiento es la mejor celebración de la vida, sostiene esta rectora y maestra rural del Meta.

En una escuelita muy lejana del departamento del Meta, día a día fui descubriendo mi profesión de maestra. En enero, época de verano, se matriculaban muchos niños y niñas; casi siempre estaban en extraedad. Vivían grandes problemas económicos y sociales y, a veces, dejaban de asistir a la escuela para ir a trabajar. Recuerdo que llegaban todas las mañanas, después de caminar largas distancias, con mucho sol o con mucha lluvia, y se acercaban a un tanque de agua fresca que había a la entrada de la escuela, se lavaban los pies y las cotizas, venían a saludarme -mientras terminaba de desayunar- y me traían un plátano, una yuca, un huevo o una deliciosa arepa. Mentalmente llevaba la cuenta de quienes llegaban y como me preocupaba mucho que alguno faltara, junto con el gran respeto que merecía su esfuerzo de venir a la escuela, mi estrategia consistió en clases que los motivaran: acudí a títeres, rompecabezas, teatro, baile, canto, lecturas, salidas, experimentos y les ponía el anzuelo: anunciaba las sorpresas del día siguiente. Y entonces al otro día preguntaban: 'Profe, ¿y hoy qué vamos a aprender?' Era mi mayor motivación para ser maestra.

Cada vez que preparaba las clases en medio de una llanura inmensa, en esas tardes largas y solitarias, como suelen ser las de los docentes rurales, estudiaba muchos de los temas que había visto en el colegio pero que jamás había comprendido; me fui enamorando del conocimiento. Buscaba que los estudiantes también se enamoraran y para ellos y para mí, la mejor vida era la vida de la escuela. Era una experiencia hermosa, creativa, y mis estudiantes destacaban; amaban la escuela, siempre tan bonita, llena de jardines, alegría y conocimientos.

Muchos maestros, padres y madres de familia y mis supervisores reconocieron la escuelita como un sitio en el que la manera de construir el conocimiento era interesante para los estudiantes. Lo importante no eran los horarios, ni las notas, sino celebrar los conocimientos que construíamos juntos. Esto, que parece lógico, no ocurría en otros espacios.

Llegó el tiempo de estar lejos de los paisajes del Castillo y Vistahermosa; la violencia fue muy dura y, en ocasiones, nos tocaba muy de cerca. Fui a trabajar en Puerto López, eran adultos con los mismos problemas...también desertaban y me di a la tarea de que amaran el conocimiento, para que no abandonaran el estudio. Poco a poco los fui tramando; llegaban a la jornada nocturna cansados de sus trabajos pero motivados y pendientes de lo que haríamos ese día. ¡Qué noches tan placenteras! Después de "profundas disertaciones académicas" nos íbamos a jugar a la lleva, éramos muy felices.

Una noche sonó el teléfono y preguntaron por la profesora rural que conocía el programa de Escuela Nueva. Me comentaron que la Secretaría de Educación Departamental necesitaba un asesor para el programa en el sector rural. Ahora mis estudiantes serían los maestros rurales. Era la gran oportunidad de transmitir lo que para mí significa el conocimiento en la vida de las personas, la educación como un factor de equidad humana. Ocho años de aprender de los maestros, y poder reflejar el amor y la dedicación a una de las profesiones más humanas y dignificantes. En esta etapa de mi vida, el saber específico quedó relegado, mi pensamiento se volvió holístico o tal vez complejo como diría Morin. Leer, experimentar, compartir, poner en práctica, analizar. Muchos verbos tuve que practicar. Fue una etapa muy productiva. La educación rural se hizo visible.

Llegué a ser Coordinadora de Calidad de la Secretaría de Educación Departamental, asistí a las convocatorias del Ministerio de Educación, charlas, conferencias, tantas miradas, tantos análisis dejaban inquietudes y un gran sueño: educación con la calidad que requiere un departamento con tanta riqueza y juventud.

Aparecieron los concursos para los diferentes cargos, quería ser coordinadora académica de una institución educativa, pero un amigo me convenció de que fuera rectora, y estoy de rectora de una institución educativa rural. Todos los días viajo por una carretera verde y llego a la institución que estoy construyendo con el mejor equipo de docentes y de estudiantes, porque todos comparten la visión y la misión, convencidos de que el conocimiento es el instrumento para poder ver la vida de una manera propositiva.

El maestro rural de Colombia tiene un alto perfil. Varias tareas fundamentales tiene el Estado: proteger su labor, porque es el insumo para construir un país mejor, y transmitir a los educadores el amor a la educación; adelantar tareas obvias y urgentes como una remuneración digna, capacitación de calidad... Nosotros nos encargamos de la formación de nuevos hombres y mujeres, con esperanzas y con una profunda fe de que vivir en este país vale la pena.

(*) Maestra rural. Actualmente rectora de la Institución Educativa Puente Amarillo Francisco Torres León, del municipio de Restrepo, en el departamento del Meta.