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Por una cultura de la evaluación

La idea de una educación conectada con el mundo que responda a las expectativas de bienestar de los colombianos y que al tiempo se convierta en el motor de desarrollo social del país, ha sido el núcleo de la Revolución Educativa durante estos ocho años y de la política de calidad que ha venido siendo aplicada y que ha transformado el sector en todos sus niveles. El pilar de esta transformación estuvo en centrar todo el sistema en lo que aprende el estudiante; en lo que ese saber, conocimiento y experiencia de aprender le permite hacer en su vida desde sus primeros años y en el seguimiento continuo del proceso de aprendizaje, a fin de desarrollar plenamente su capacidad y potenciar su creatividad y talento.

La Revolución Educativa entiende la educación como un proceso permanente, que no se agota en el sistema educativo ni en el paso de los estudiantes por las escuelas, colegios, universidades y centros de aprendizaje sino que se extiende a toda la vida y se configura en su comunicación e interacción con el mundo, la sociedad y el trabajo.

Este enfoque implicó la puesta en marcha de un sistema ordenado y coordinado en todos los niveles e instancias, así como el trabajo constante y armónico de todos los actores del sector en función del objetivo común de desarrollar las competencias de los estudiantes, pasando de la concepción de una educación centrada en la transmisión de conocimientos, el aprendizaje de contenidos y la formación memorística y enciclopédica, a una educación para la innovación, la competitividad y la paz, con objetivos claros y compartidos por toda la sociedad, pertinente a las necesidades del país y acorde con los intereses y proyectos de vida de los estudiantes.

Para alcanzar este propósito se diseñó y puso en ejecución un ciclo de calidad, que comienza con la formulación, difusión, comprensión y apropiación por parte de todas las instancias y actores educativos de unos referentes normativos y conceptuales de lo que deben saber y saber hacer los estudiantes en cada uno de los niveles; continúa con la medición y evaluación periódica de los aprendizajes y la consolidación de una cultura y de un sistema de evaluación orientado al desarrollo de competencias; y, con base en los resultados obtenidos, la ejecución de planes de mejoramiento continuo que fluyen e impactan todo el sistema.

Bajo esta concepción, la medición de los procesos educativos y la evaluación, que arroja resultados individuales y por instituciones, se ha convertido en uno de los principales indicadores de calidad y en un referente común que ha permitido la definición de políticas públicas, la puesta en marcha de acciones de mejoramiento tanto en el nivel territorial como nacional y la ejecución de estrategias de aula, tendientes al fortalecimiento y mejora de los procesos pedagógicos, proporcionando además una base técnica e institucional sólida, sobre la cual es posible seguir construyendo evaluaciones cada vez más estructuradas y acordes a las necesidades de información de todos los actores.

Con la Revolución Educativa las evaluaciones dejaron de ser aisladas para convertirse en un sistema integrado, que da cuenta de la evolución de los aprendizajes y competencias de los estudiantes, desde la educación inicial hasta la superior. Así mismo, con el fin de obtener información sobre el avance de nuestro sistema educativo de forma continua, comparar los logros con países de igual o mayor nivel de desarrollo y tener parámetros claros de referenciación a partir de los cuales se pueda fortalecer la competitividad, la participación de estudiantes en estudios internacionales, pasó de ser esporádica a convertirse en un proceso constante y sistemático.

Entre 2002-2010, a lo largo de todos los niveles educativos y ajustadas al enfoque por competencias, se aplicaron tres evaluaciones censales de competencias básicas en los grados 5º y 9º (SABER); se realizó el examen de Estado para ingreso a la Educación Superior (SABER 11º, antiguamente conocido como pruebas de Estado o ICFES) y se universalizó la aplicación de pruebas de salida para los egresados de las instituciones de educación superior, a través de los exámenes de calidad ECAES, que ahora en adelante se conocen como SABER PRO. Adicionalmente, Colombia participó en cinco evaluaciones internacionales (SERCE 2006, TIMSS 2007, PISA 2006 y 2009 y el Estudio Internacional de Cívica y Ciudadanía 2009 -ICCS).

Uno de los mayores avances del sistema nacional de evaluación se refleja en las pruebas SABER 5° y 9°. De 1.021.790 estudiantes de esos grados evaluados durante 2002 y 2003 se pasó a 1.369.674 en 2009. Las pruebas fueron aplicadas en más del 90% de los establecimientos educativos del país, oficiales y privados, siendo presentada por el 87% de los estudiantes. La comparación de sus resultados de 2002-03 y 2009 muestra variaciones pequeñas en los puntajes promedio. Mientras que en quinto grado hubo una leve mejoría en ambas áreas, con un incremento de 4,5 puntos en lenguaje (de 291,9 a 296,4) y de 0,9 en matemáticas (de 286,4 a 287,3), en noveno se presentó una leve disminución, de 2,8 puntos en lenguaje (295,3 a 292,5) y de 6,7 en matemáticas (de 294,8 a 288,1). Vale señalar que fue precisamente en este nivel donde se presentó la mayor expansión en el sistema, al cual fueron incorporados estudiantes, en su mayoría, procedentes de familias en situación de pobreza y alta vulnerabilidad.

En cuanto a SABER 11º, el promedio en el conjunto de áreas que conforman el núcleo común se mantuvo estable -a pesar del incremento constante en la cobertura con la inclusión de estudiantes en situación de vulnerabilidad, toda vez que se pasó de 44,56 en 2002 a 44,57 en 2009-, presentándose en áreas como matemáticas y sociales promedios más altos en 2009 que en 2002.

En relación con la clasificación de establecimientos educativos que realiza el ICFES, se aumentó el porcentaje de instituciones en los niveles superiores (alto, superior y muy superior); para 2002 se tenía un 17,7% y en 2009 se logró un 26,6%. Así mismo, en 2002 se contaba con un 54,6% de establecimientos en las categorías muy inferior, inferior y bajo, mientras en 2009 esta proporción se redujo a 45,8%. Lo anterior indica que se ha disminuido la diferencia entre los colegios y ahora se cuenta con más establecimientos educativos que dan una educación de calidad.

En cuanto a las evaluaciones internacionales, si bien los logros de nuestros estudiantes aún dejan mucho que desear con respecto a los de países con mayores niveles de desarrollo, el mejoramiento ha sido significativo. En TIMSS, por ejemplo, evaluación que se realiza cada cuatro años y en la cual Colombia participó en dos oportunidades (1995 y 2007), lo que permite analizar un período más largo, el promedio de los estudiantes de octavo grado pasó de 360 a 380 en matemáticas y de 393 a 417 en ciencias. Estos incrementos son estadísticamente significativos y fueron, después de Lituania, los más altos entre los países participantes en ambas aplicaciones. Además del mejoramiento en los puntajes promedio en las dos áreas, ocurrió una disminución de los porcentajes de estudiantes ubicados en los niveles más bajos de desempeño: en 1995 el 70% de los estudiantes colombianos de octavo grado se situó en un nivel por debajo del mínimo en matemáticas; en ciencias esta proporción fue del 51%. En 2007 estos porcentajes bajaron a 61% y 41%, respectivamente.

Los resultados de todas las evaluaciones confirman que, a pesar de la ampliación masiva y los notables aumentos de cobertura, orientados a incluir grupos vulnerables en el sistema de educación básica, no se deterioró la calidad.

Ninguno de estos avances hubiera sido posible sin el compromiso y trabajo conjunto de maestros y rectores, representantes de las comunidades educativa y académica, funcionarios de las Secretarías de Educación y el equipo técnico del Ministerio de Educación y del ICFES. Si bien el esfuerzo por mejorar la calidad de la educación es un trabajo continuo que implicará, seguramente, mayores y más grandes retos, el proceso que hemos iniciado es irreversible y se verá reflejado en las presentes y futuras generaciones de colombianos.

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Altablero No. 55, FEBRERO - MARZO 2010
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