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GERMÁN REY (*)
La escuela y el consumo cultural

El aprendizaje de la lectura. Las experiencias de promoción e integración con otras prácticas de consumo cultural. Reflexión para maestros, acerca de la encuesta Dane. "El consumo sirve para pensar".

En su libro más reciente, Néstor García Canclini define así a los consumidores: "Personas a las que los encuestadores interrumpen su disfrute luego de haber comprado en el centro comercial, a la salida del cine, o después de haber cambiado de canal 40 veces durante dos horas, para preguntarles por qué hicieron eso y cuántas veces incurrieron o no en el mismo acto los últimos seis meses".[¹] Años antes, en su libro Consumidores y ciudadanos, escribió que el consumo es "el conjunto de procesos socioculturales en que se realizan la apropiación y los usos de los productos".[²]

Las dos definiciones están relacionadas. Los consumidores suelen ser indagados sobre sus actos, inclusive sin consultarles directamente. Ya existen aparatos que conectados al televisor de la casa, le van entregando a un computador los cambios en el consumo de televisión de sus habitantes. Casi al instante, los anunciantes o los productores, pueden conocer las variaciones del gusto de la gente. Y lo que es aún más sorprendente: pueden diseñar los contenidos de acuerdo a estos test electrónicos del gusto.

También existen estadísticas nacionales, que de manera sistemática preguntan a los ciudadanos muchas cosas y que pesan en las decisiones políticas de los gobernantes: la variación del empleo, el crecimiento de la actividad industrial, los gastos de energía, etc. Desde hace unos meses, Colombia ha empezado a tener datos confiables sobre el consumo cultural, que muestran lo que está sucediendo en el mundo simbólico de niños, jóvenes y adultos. Desde el 2000, también los empezó a tener sobre consumo de libros y prácticas de lectura.

Hablar de consumo cultural, no es solamente saber cuánta televisión ven los niños, cuáles libros leen o qué música prefieren, sino sobre todo, explorar las relaciones que establecen con el mundo que les rodea, los usos que hacen de los bienes de la cultura, las conexiones que generan entre los productos culturales que disfrutan, su escuela y sus amigos, los nuevos lenguajes y la forma de abordarlos que experimentan a diario cuando se sientan frente a un computador y navegan por internet. El consumo cultural más que hablar de películas o de páginas web, lo que muestra es en qué tipo de sociedad vivimos, cuáles son sus estéticas y sensibilidades predominantes, cómo se construyen imaginarios e identidades generacionales.

Así como los maestros revisan con cuidado los ejercicios de matemáticas o las respuestas de los niños a las pruebas de ciencias naturales, cada vez deben tener más elementos para descifrar los comportamientos, valores y actitudes, que se expresan a través de los programas de televisión que los entusiasman o de los videojuegos que los alelan. El antropólogo norteamericano, Clifford Geerts, escribió que la cultura es una red de significados, que merece ser descifrada. En esa red viven los niños y esa red es diariamente construida por ellos. Jerome Bruner, por su parte, decía que la educación es un foro de creación y recreación cultural. Es por eso que cuando hablamos de teatro y museos, de bibliotecas y radio, también estamos hablando de educación.

El 54,88% de los niños entre 5 y 11 años, leyó libros en los últimos 12 meses, mientras que el 74,26%, no leyó revistas y el 82,85% no leyó periódicos. Entretanto, el 44,73% de los niños asistió a bibliotecas, con un poco más de presencia de los niños que de las niñas. Los jóvenes entre 12 y 25 años, son los que más asisten a bibliotecas, sobre todo públicas y escolares. Los datos corroboran lo que ya se había encontrado en otros estudios. Los niños y jóvenes son los grandes consumidores culturales y son más lectores que los adultos, aunque el promedio nacional de lectura es dramáticamente bajo: dos libros al año. A los niños les encanta que les lean en voz alta, la madre y los maestros son fundamentales en la formación de sus hábitos de lectura y aún faltan más estrategias para que quienes leyeron de niños, sean lectores de adultos. Las pruebas de lectura del Serce (2006) aplicadas a estudiantes de 3° y 6° grado de educación básica, fueron muy positivas y mejores que las de 1997. Una excelente base de partida que generará mejores lectores, en la medida en que el aprendizaje de la lectura encuentre contextos, oportunidades y prácticas culturales que promuevan su desarrollo. En otras palabras: acceso a los libros, deleite del leer, bibliotecas mejor dotadas, experiencias de promoción de la lectura e integración con otras prácticas de consumo cultural.

El 53,29% de los niños y niñas entre 5 y 12 años, asistieron a espacios culturales (museos, centros históricos, casas de la cultura, exposiciones), mucho más que los jóvenes y los adultos. Y lo hacen más las niñas que los niños. Este es un dato muy importante y esperanzador, que seguramente tiene que ver con las acciones promovidas por la escuela y los gestores culturales y que debería aumentarse todavía más, haciendo atractiva y diversa la oferta cultural, encontrando metodologías que logren acercar a los niños y niñas al arte y la cultura, promoviendo experiencias participativas en las que los niños interactúen con diferentes manifestaciones culturales y convirtiendo los espacios culturales, en lugares de convergencia y expresión social y a la escuela, en un ecosistema cultural activo. En una experiencia reciente, que coordinó el Laboratorio MATRIX de la Universidad Javeriana, niños y niñas de escuelas de Usaquén participaron en una experiencia que mostraba la continuidad que existe entre el recorte de papel, el trabajo con plastilina, el teatro de sombras, la construcción de historias y la elaboración de mundos virtuales a través del computador. Y lo hicieron con una creatividad y un gusto desbordantes.

La asistencia a cine de los niños y las niñas es muy baja. Tan solo el 15,80% lo hizo en los últimos tres meses. Lo que no significa que los niños no estén viendo cine. Probablemente lo hacen a través de videos y, sobre todo, de la televisión abierta y por cable. Lo comprueba el altísimo porcentaje de niños entre 5 y 12 años, que dice ver videos: el 64,44%, frente al 55,49% de los mayores de 12 años. La tarea acá es ampliar las oportunidades de relación de los niños con otra clase de cine, diferente al que suele ofrecer la televisión, casi siempre de dudosa calidad y excesiva violencia. Los cine clubes estudiantiles, el préstamo de películas para llevar a casa, el uso de cine de calidad en las clases, el acompañamiento de los padres a cine seleccionado y los procesos de formación en apreciación cinematográfica, pueden ser aportes muy valiosos de la escuela. Experiencias como La rosa púrpura del Cairo, del Colectivo de Comunicación de Montes de María, han demostrado la alegría y solidaridad que se promueven alrededor de la exhibición de cine, en lugares muy pobres del país.

El mayor porcentaje de consumidores de cine está precisamente entre los más jóvenes. La escuela también puede facilitar el encuentro entre la recepción y la creación, a través de procesos sencillos de producción audiovisual. Ver y verse, contar y contarse, es fundamental para construir cultura y educación. Un trabajo en este sentido que merece ser conocido, es el que se lleva a cabo en Belén de los Andaquíes.

Uno de los resultados más impactantes de la encuesta de consumo cultural del DANE, se refiere a los videojuegos. El 50,32% de los niños, entre 5 y 11 años, jugó videojuegos en los últimos 12 meses, con un gran predominio de los niños sobre las niñas. Solo el 18,10% de los colombianos, mayores de 12 años, jugó videojuegos en el mismo período.

Este es otro de los temas de interés para la escuela. Lo que todos los estudios están mostrando, es el crecimiento de la cultura digital y la importancia de las nuevas tecnologías en la vida de los niños y los jóvenes. Los maestros deben dejar de mirar a los videojuegos y a internet, como los enemigos de la escuela y empezar a entender todo lo que se está produciendo en estos territorios del conocimiento, la información y el entretenimiento. Hay en ellos nuevos procedimientos cognitivos, posibilidades de acceso a la consulta y la lectura, conexión con otros lenguajes, oportunidades creativas y formación de redes y comunidades sociales. Pero, sobre todo, ellos representan el surgimiento de mapas mentales diferentes a los que durante décadas y quizás siglos, determinaron la enseñanza y el aprendizaje. Facilitan el ingreso a modalidades interactivas que dejan atrás la enseñanza unilateral y discursiva, promueven las intersecciones entre saberes y permiten otros usos del tiempo libre. En este tema, la escuela debe ser proactiva y no prohibitiva, debe conectar las tecnologías con los aprendizajes, aprovechar sus posibilidades informativas y convertir a los computadores y a internet en un laboratorio de creatividad, encuentro y expresión de los niños y los jóvenes.

Estos estudios de consumo cultural serán, de aquí en adelante, otro valioso referente para la educación y para el trabajo de los maestros y los padres y madres de familia. Porque lo que todos estos datos nos están mostrando, nada más ni nada menos, es el paisaje abigarrado de los cambios culturales que modelan a profundidad la vida de los seres humanos y de sus inacabables posibilidades de formación. Como también escribió hace años García Canclini, hay una relación entre consumo y ciudadanía y, sobre todo, no podemos olvidar que "el consumo sirve para pensar".

(*) Director del Programa de Estudios de Periodismo de la Universidad Javeriana y del Laboratorio MATRIX de creación multimedial. Asesor del Ministerio de Cultura. Su más reciente libro, Las tramas de la cultura (Convenio Andrés Bello y AECID), es un estudio del consumo cultural en Iberoamérica.

[¹] Néstor García Canclini, Lectores, espectadores e internautas. Barcelona: Gedisa, 2007.

[²] Néstor García Canclini, Consumidores y ciudadanos. México: Grijalbo, 1995.

Altablero, 45, Escuela y consumo cultural
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Altablero No. 45, ABRIL-JUNIO 2008
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