Hago oficio pedagógico con primera infancia desde hace 30 años. A lo largo de mi práctica, he tenido inquietudes diversas frente a la calidad de la intervención que les debemos a nuestros pequeños alumnos, cuando presenciamos un conflicto entre ellos. En la búsqueda continua de la mejor respuesta para esta circunstancia frecuente, he tenido certezas y equivocaciones. Gracias a la bondad de la duda, he podido avanzar en procura de una mejor calidad a la hora de mediar, tratando de no alejarme del objetivo fundamental que me he propuesto: Apoyar el crecimiento emocional de niños y niñas pequeños, al igual que el cognitivo.

Me siento comprometida con una cultura altamente castigada por la violencia, que ya logró abordar el aula escolar. Después de evaluar los resultados de algunas actitudes que pensé como las mejores, volví a mis amadas dudas. Mucho tiempo creí que había que intervenir decidiendo por los niños(as) y buscando "culpables" del desencuentro; esta mediación generalmente dejaba mordidos, empujados o golpeados, delante de mí o a mis espaldas; usaba frases como ésta: "Es que tú le pegaste primero", "Tu empezaste", etc. Pronto me di cuenta que mi técnica no lograba ser más amorosa por prescindir del golpe, el reglazo o el grito. Mi precario pasito adelante no logró prevenir la mala resolución de los conflictos entre mis pupilos, y seguía distante del propósito de fortalecer habilidades emocionales en ellos.

Luego opté por la ingenua actitud que se basaba en la falsa idea del respeto por el libre crecimiento, que consistía en la "no intervención adulta", pensando que los niños eran capaces de resolver sus diferencias sin nuestra mediación. Realmente sólo logré sobrecargar a mis pequeños con una responsabilidad inmanejable para ellos, que además dejaba resentidos a unos y a otros. Mis intuiciones de hace tres décadas fueron las puntadas iniciales que me sirvieron de plataforma para elaborar una propuesta propia, respecto a este asunto que nunca abandona mis dudas pedagógicas. He elaborado un seminario - taller que se ha ido enriqueciendo al cotejarlo, tanto con padres y madres de familia como con maestros dedicados a diferentes edades evolutivas, y quiero compartir algunas de sus ideas.

Una de las conclusiones de las juiciosas investigaciones del profesor J. Piaget es bastante útil a la pedagogía, pues nos aclara que el acentuado egocentrismo que caracteriza la edad evolutiva de la primera infancia (0 a 6 años) dejó de ser una circunstancia que había que corregir, para volverse una etapa necesaria dentro de todo el proceso evolutivo del desarrollo humano. El egocentrismo se expresa tanto en lo emocional como en lo cognitivo; dato bastante importante para poder apoyar la socialización de los pequeños que enfrentan por primera vez un medio diferente al de su núcleo familiar, y que tiene como escenario la escolaridad que se inicia en la etapa preescolar, nombre que empobrece los objetivos propios de esta etapa constitutiva que tanto aporta a la calidad de todo el proceso educativo.

Existen criterios que impulsan en nuestros niños mejores actitudes a la hora de enfrentar diferencias con sus pares. Creo que el desarrollo emocional puede plantearse objetivos mejores que la mera instauración de hábitos de orden, aseo y cortesía. Es sano pensar en impulsar habilidades emocionales empezando por fortalecer la de resolver adecuadamente los conflictos.

A modo de propuesta

Empecemos por limpiar el estigma con que se lee el conflicto al considerarlo una experiencia indeseable y negativa. Al reconocerlo como una valiosa oportunidad de crecimiento individual y colectivo, aceptamos sus bondades. Evitemos que los niños se hagan daño. Abstengámonos de tomar partido (única manera de ser justos con todos los alumnos). Escuchemos las versiones de los niños sin modificarlas. Respetemos la emoción que el niño o la niña estén sintiendo sin juzgar. Seamos receptivos a las ideas que los pequeños tengan para resolver sus diferencias. Intentemos no usar palabras absolutas como: "Tú nunca, tú siempre, etc.". No supongamos... nada. Evitemos a toda costa rotular los alumnos. Confiemos en ellos. Promovamos la solidaridad. Seamos sensibles al lenguaje no verbal que en esta edad es preponderante. Recordemos que la educación es un proceso. Disfrutemos todos los pasos que el niño dé, y otorguemos reconocimiento explícito y verbal. Evitemos fijar la atención en los errores más que en los logros.

(*) Directora del Centro de Estimulación Infantil CANTURRIANDO. Para comunicarse, telefax 8609537 y celular 315 2367958.