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El "saber-hacer" del mundo del trabajo

La articulación entre educación y trabajo es quizá uno de los temas más críticos de la política educativa. A la dificultad que encuentran nuestros bachilleres para continuar estudios superiores y a los altos índices de desempleo entre los jóvenes, se suman las nuevas exigencias de una mayor competitividad del sector productivo, las demandas de las empresas que han introducido nuevas tecnologías y la crisis de los sistemas tradicionales de formación para el trabajo. Caminos para una articulación apropiada.

Margarita Peña*

La respuesta a la pregunta de cuál es la mejor educación para el trabajo se ha buscado en la educación superior o en la capacitación laboral específica para quienes no tienen la oportunidad de ir a la universidad. Sin embargo, en la medida en que todos estamos llamados a ser productivos de una u otra manera, ya sea a través de un trabajo formal o de algún tipo de actividad generadora de ingreso, la educación en todos sus niveles pero, sobre todo, aquellos que por definición son para todos -la básica y la media- debe preocuparse por el desarrollo de competencias para la vida laboral.

Sobre este último punto existe un consenso bastante generalizado: es deseable que todos nuestros bachilleres aprendan "algo útil", que los haga atractivos para el mercado laboral o les permita generar algún ingreso, al tiempo que los prepara para entrar a la educación superior. Las dificultades comienzan cuando nos preguntamos cuál es la mejor manera de lograr este ambicioso objetivo. Casi siempre la discusión tiende a centrarse en los colegios técnicos y la educación media técnica, como si en este nivel educativo la relación con el mundo del trabajo fuera una preocupación exclusiva de estas modalidades educativas.

La expansión de la educación media técnica no es la solución, pues sería una visión restringida del problema que nos obligaría, de manera demasiado simplista, a adoptar como política la expansión de la educación media técnica, lo que no es conveniente ni posible. Transformaciones enormes en el campo de la producción y los servicios han cuestionado, en todo el mundo, los sistemas tradicionales de formación para el trabajo y han obligado al sector educativo a repensar sus ofertas.

Estos cambios se traducen, fundamentalmente, en ambientes laborales cambiantes, altamente inestables, en los que la especialización no siempre es una ventaja comparativa para el trabajador, independientemente del nivel en que se desempeñe. Por el contrario, se buscan personas capaces de enfrentar exitosamente problemas nuevos, con base en conocimientos y experiencias previas, así como en el desarrollo continuo de nuevos aprendizajes.

Las competencias

laborales generales

Después de indagar en prestigiosas empresas norteamericanas, investigadores de Harvard1 concluyeron que los empleadores buscan hoy en sus trabajadores habilidades que no hubieran requerido hace 20 años: comprensión lectora, solución de problemas semiestructurados que requieren formulación y prueba de hipótesis, comunicación oral y escrita y manejo de tareas simples en el computador. Por modestas que parezcan, dichas habilidades están en la base de lo que se requiere para desempeñarse en cualquier actividad laboral. Con seguridad, la mayoría de los trabajos van a necesitar calificaciones mayores, pero muy pocos van a requerir menos.

Por su parte, una comisión convocada por el gobierno de los Estados Unidos en la década pasada recomendó orientar el currículo de las distintas áreas que se enseñan en la secundaria hacia el desarrollo de competencias, tales como: manejo de recursos, manejo de información, comprensión del funcionamiento de sistemas y utilización de tecnologías. Estas son competencias laborales generales, requeridas en cualquier entorno productivo, independientemente del sector económico, cargo o tipo de actividad. Sumadas a las competencias básicas ya mencionadas, son el mínimo que cualquier persona debe tener para desempeñarse exitosamente en el mundo laboral.

La posesión de estas competencias contribuye significativamente a la empleabilidad de las personas, entendida en la terminología de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como "la capacidad de conseguir y conservar un empleo; de sintonizar con el mercado de trabajo, de poder cambiar de empleo sin dificultades o de encontrar un puesto de trabajo". Una comparación realizada entre países europeos, en 1997, permitió concluir que los niveles de desempleo eran inferiores entre personas que demostraron tener competencias básicas en comprensión lectora y resolución de problemas matemáticos.2

Si lo que pretendemos es que nuestros bachilleres desarrollen competencias para el desempeño laboral, debe buscarse que todas las instituciones educativas, no sólo las que ofrecen modalidades técnicas, preparen a sus futuros egresados para el mundo del trabajo. A las competencias básicas que se desarrollan a lo largo de los nueve años de educación obligatoria es necesario añadir, en la educación media, competencias laborales generales que preparen a los estudiantes para enfrentar con mejores herramientas la realidad que les espera una vez que obtengan su título de bachiller.

Las estrategias son diversas. Pueden ser parte de las mismas áreas obligatorias, mediante unidades que relacionen contenidos propios del área con funciones o actividades propias del mundo del trabajo. Por ejemplo, en educación estética, el montaje de una obra de teatro puede servir como "pretexto" para desarrollar competencias relacionadas con el manejo de recursos (organizar, planificar y asignar tiempo, dinero, materiales y recursos humanos), así como competencias interpersonales (trabajar con otros participando en equipos). También pueden lograrse a través de actividades complementarias, como las pasantías en empresas que permitan la rotación de los estudiantes por distintas áreas, o de los proyectos productivos que se adelantan en tantas instituciones educativas en todo el país.

Competencias laborales

específicas, escenarios

Muchos dirán, con razón, que la formación para el trabajo no se agota en la secundaria, y que es ingenuo pretender que las personas puedan desempeñarse en el mundo laboral únicamente con estas habilidades. Desde el punto de vista de la productividad y la competitividad, el mundo laboral exige competencias específicas, cuya apropiación ocurre en una diversidad de escenarios, tanto en la educación formal como en la no-formal y en las mismas empresas, y en niveles que van desde la educación media hasta la educación superior.

Análisis recientes3 apuntan a la conveniencia de separar la educación académica y la formación especializada para el trabajo, de manera que esta última ocurra en el nivel postsecundario. La razón de ser de esta recomendación es fortalecer el aprendizaje de las áreas básicas y las competencias generales, que son condición esencial para lograr con éxito otros aprendizajes, tanto en el mundo laboral como en la educación superior.

En el caso colombiano, ¿es conveniente formar competencias laborales específicas en la educación media? La pregunta no tiene una respuesta unívoca. Una buena educación general, que contemple el desarrollo de competencias laborales generales en este nivel haría innecesaria la formación especializada, que podría realizarse posteriormente, siempre y cuando existan oportunidades suficientes para quienes deseen adelantar este tipo de estudios. Por otra parte, numerosos establecimientos educativos en el país ofrecen alguna formación laboral específica, bien se trate de colegios técnicos o académicos que contemplan en su PEI algún énfasis hacia el mundo del trabajo.

La pregunta que debemos hacernos es si estas ofertas tienen la calidad requerida para que los egresados de las instituciones sean competitivos en el mercado laboral. El principal reto de estas instituciones educativas es orientar su oferta de modo que responda satisfactoriamente a las exigencias de pertinencia y calidad que el mundo del trabajo les impone.

Por ello, es preciso que las Secretarías de Educación validen cada una de sus especialidades con el sector productivo y decidan, con base en este análisis y el conocimiento de otra oferta existente en la región, si se justifica continuar ofreciéndolos. De ser así, el paso siguiente sería la acreditación de esas especialidades ante organismos competentes, como mecanismo para asegurar su calidad.

* Secretaria de Educación de Bogotá.

Notas

1 Murnane y Levy. Teaching the New Basic Skills, 1997

2 OECD, Learning Skills for the Knowledge Society. 1997

3 Castro, y Carnoy, M. Secondary schools and the transition to work. Banco Interamericano de Desarrollo, 1998

El "saber-hacer" del mundo del trabajo
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Altablero No. 23, AGOSTO 2003
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