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Mi madre me recuerda que siempre de niña jugué a ser maestra. La regla era mi juguete preferido, y enfilaba a mis amigos en marchas coordinadas al son de cantos y retahílas, y cuando exhaustos pedían descanso, el dibujo y las planas eran siempre mi siguiente propuesta. Claro, en caso de que un amigo se me revelara, lo amenazaba con un: "¡le digo a tu mamá!".
Siempre que lográbamos reunirnos en cualquier espacio libre de la presencia de adultos, volvíamos a causa de mi insinuación a jugar a la escuela. Mi madre no recuerda cómo terminaba mi juego, sin embargo mis amigos años más tarde recordaban lo compulsiva, aburrida y repetitiva que era mi actividad.
La presión de mis amigos nos llevaba a terminar mi propuesta inicial de "la escuelita" compartiendo juegos de imitación de cantantes, haciendo dramas e inventando historias fantásticas donde los animales hablaban y donde podíamos ser reyes, príncipes e invocar nuestros ídolos. Entonces jamás nos aburríamos, todo lo contrario, nos enriquecíamos con disfraces, afiches, micrófonos, telones y escenarios.
Veinte años después ya no es un juego de niños y niñas. Es mi vida profesional como maestra que me confronta con los juegos y deseos de la primera infancia; ahora después de pasar por la Normal Superior y de haberme formado en el entender del desarrollo de los niños, en las metodologías de aprendizaje y la legislación escolar, vuelven a mi memoria los estigmas de la escuela, su rigidez y sus tradicionales prácticas, y rescato con valor y amor aquella lección de vida que mis amigos de juego en mi infancia me ofrecieron.
En mi papel de docente del Entorno Institucional del Municipio de Jamundí, en el Valle del Cauca, planeo y ejecuto con y para mis niños y niñas una fiesta diaria donde se canta, se habla, se crea, se construye, se indaga, se imita, se baila... donde las palabras y sus mil formas semánticas (trovas, rimas, retahílas, adivinanzas), junto al movimiento intencionado, son los pilares de la relación y construcción de conocimiento entre los niños y niñas, y de cada uno de ellos con su contexto familiar y escolar.
La pedagogía dejó en mi ser de maestra la huella que imprime aprender a enseñar, a orientar, pero mis juegos de niña, y mi memoria infantil, me han llevado a concluir a partir de la observación de mi grupo que la felicidad, el juego, el movimiento, el aprendizaje, la protección y el cuidado son posibles y permitidos como ejes centrales en el Programa de Atención Integral para la Primera Infancia, Modalidad Institucional.
(*) Licenciada en Educación Preescolar de la Corporación Educativa Centro de Administración CENDA, experiencia de 5 años como Docente grados Preescolar, ha laborado como Docente y Coordinadora del Programa de Atención Integral a la Primera Infancia con la Fundación para el Desarrollo de la Educación (FUNDAPRE), desde el año 2007 hasta la fecha.
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