Actualizado el 16 de Julio de 2013

Una historia que cuenta que la educación sí es el camino para la prosperidad. Johana Cifuentes Álvarez

La educación debe ser el tema más importante de la agenda familiar, lo más importante para las familias, y lo digo por experiencia, debe ser la educación de los hijos.

Aún puedo recordar esos días en que mi mamá nos llevaba al rio Guatapurí: nosotros los hijos vamos delante caminando muy despacio, distraídos con la multitud, disfrutando el bullicio de los niños, la alegría de las familias y la música de acordeón de fondo. Mi mamá camina atrás con su amiga, habla sin parar y a veces llora.

imagen foto_g.jpg

Debo confesar que aunque notaba la tristeza de mi mamá, para mí esos días eran los mejores y no podía entender por qué nuestros domingos no se parecían más a esos que venían siempre después de las peleas que mi mamá tenía con mi papá.

Fue entonces, cuando estando en 5º de primaria, la 'seño' Elia nos dijo a las niñas del salón: "Niñas, estudien, propónganse ser profesionales, para que puedan trabajar y no depender de nadie para su manutención y la de sus hijos, porque muchas mujeres aguantan los golpes de sus maridos, por miedo a que éstos se vayan y sus hijos queden sin el pan de cada día". Ese día entendí por qué mi mamá regresaba a casa y aguantaba esa vida que tenía, ella apenas hizo 3º de primaria y no sabía hacer otra cosa que los oficios de ama de casa y ayudar a mi papá en sus negocios. Las palabras de la seño Elia se convirtieron en mi lema, y desde ese día decidí que estudiaría para que mi familia y yo tuviéramos una mejor vida.

Luego, me inspiró la actitud de mi mamá, cuando finalmente, estando yo en 7º, mi papá nos dejó y a ella le tocó trabajar duro por nosotros; lo que ella ganaba no alcanzaba para mucho, pero no dejamos de ir ni un solo día al colegio; que sus hijos estudiaran fue siempre la prioridad de mi mamá, no le importaba ir y venir caminando a su trabajo, con tal de que yo tuviera los pasajes para ir al colegio; no le importaba que sus vestidos fueran viejos, con tal de que sus hijos tuvieran el uniforme, muy limpio y planchado además. Mi mamá estaba profundamente convencida -y aún lo está- de que la educación es lo más importante para un ser humano, de que estudiando se puede tener una mejor vida, o mejor, como lo dice el slogan, de que la educación es el camino para la prosperidad, y con sus palabras y acciones siempre nos lo hizo saber.

Mis años de la secundaria fueron muy duros, estudié sin libros y casi hasta sin cuadernos, mis hermanos compartían un único par de zapatos para ir al colegio; mi hermana iba en la mañana y al medio día, mi hermano, que estudiaba en la tarde, pasaba por su colegio en chancletas y allí intercambiaban el calzado. Recuerdo que muchos años después le conté a mi hermano que había visto una película muy hermosa llamada Los niños del cielo, y casi llorando le conté lo que esos hermanitos hacían; él, algo sorprendido, me recordó ese episodio de su vida.

En el bachillerato me esforcé por mantener el primer lugar de la clase para que me exoneraran del pago de la pensión, y así siempre fue; lo hacía no solo por ahorrarle ese dinero a mi mamá, sino además porque seguía con la firme intención de estudiar para "sacar adelante a mi familia." Recuerdo que por haber ocupado el primer puesto del colegio en las pruebas ICFES, y por ser la mejor bachiller, mis profesores reunieron cierto dinero y me lo regalaron; esa suma me alcanzó para comprar ropa nueva y a la moda, y para convencerme aún más, de que estudiar valía la pena.

Ingresar a la universidad tampoco fue fácil por nuestra economía familiar, pero lo que más me llamó la atención fue que cuando llevé mis papeles para inscribirme a la licenciatura en lenguas modernas, el funcionario que me recibió los documentos me exhortó a aplicar a un programa diferente a una licenciatura, tal vez a una ingeniería, o derecho, pues él no entendía por qué "con ese puntaje ICFES" yo quería ser profesora.

Y pues, yo insistí en estudiar la licenciatura en lenguas, porque gracias a mi seño Elia, aquella profesora de mi primaria, descubrí el amor por el lenguaje, esta maestra inculcó en mí el interés por la lectura, ella nos llevaba libros y hacía rincones literarios, con ella montábamos obras para los estudiantes más pequeños del colegio, también nos llevó una vez a pasear por la ciudad en una biblioteca rodante y nos presentó el mundo de la biblioteca pública. ¡Ah, qué profe esta! Tal vez quise ser un poco como esta valiosa maestra que además de las lecciones escolares me enseñó lecciones para la vida, especialmente como mujer.

Cuando estaba en 5º semestre del pregado en lenguas comencé a trabajar como docente y desde entonces no he dejado nunca de hacerlo, mi vida está definida por mi ser docente, es lo que soy, me gusta más la palabra educadora, pero para llegar a ella se necesita recorrer cierto camino, como lo diría Héctor Abad padre "El mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría sola tampoco basta. Son necesarios el conocimiento, la sabiduría y la bondad para enseñar a otros hombres", y yo a veces pienso que me falta mucho de las tres para llamarme educadora.

A los pocos años de graduarme como licenciada en lengua castellana e inglés, iba a casarme, pero en unos de esos arranques de mamá gallina que tiene mi mamá, me increpó: "¿Entonces te vas a casar? ¿Piensas que por ser profesional ya no queda nada por estudiar? ¿No habías dicho que querías estudiar una maestría?"

Y entonces, la consigna familiar de "primero el estudio" siguió imperando en mi vida, y fue cuando me fui de Valledupar a Manizales, sin conocer una sola persona allí, a estudiar una maestría en didáctica del inglés, y luego a trabajar a Medellín, viajando desde allá hasta Manizales cada fin de semana para terminar el programa. Siempre digo que en ese tiempo, yo hice no solo una maestría en didáctica, sino también una maestría en la vida. Estudiar fuera de la casa, vivir en otra ciudad distinta a Valledupar cambió mi vida, fortaleció mi perspectiva como ser humano, como mujer y como profesional.

Cuando después de terminar el postgrado, regresé a Valledupar, muchas personas criticaban tal decisión "¿Qué vienes a hacer a este pueblo? ¡Aquí te vas a quemar!" pero yo tenía -y aún tengo- la firme convicción de que si todos los profesionales de un pueblo deciden no regresar y hacer vida fuera de éste, ¿Cuándo el pueblo va a cambiar? ¿No tenemos acaso un compromiso moral con la tierra que nos vio nacer o crecer?

Yo lo tengo, y por eso, me honra poder servir a mi pueblo a través de mi trabajo como formadora del programa Todos a Aprender, al que llegué precisamente gracias a mi historia, y creo que es de los aspectos que más me enamoraron de este programa, que llegamos a él, por nuestros méritos, no necesitamos ni recomendaciones políticas, ni "palancas"; llegar a trabajar con el Ministerio de Educación gracias únicamente a mi hoja de vida y mis aptitudes, me reafirmó una vez más, y le reafirmó a mi mamá y a mi familia, que estudiar vale la pena.

Hay muchas cosas que me llenan de satisfacción con este rol que desempeño, y entre ellas está precisamente, la posibilidad de comunicar a mis coterráneos Vallenatos esta gran realidad, la educación es el camino para una vida mejor, una sociedad mejor, un país mejor. Creer en la educación y luchar por la calidad debería ser la consigna de todas las colombianas y colombianos, y yo no pierdo oportunidad para decirlo, a los tutores, a los docentes, a los rectores, a los padres de familia, a los estudiantes.

Hace algunos días, la ministra de educación, María Fernanda Campo, afirmó que "El gran reto de Colombia es volver la educación el tema más importante de la agenda pública" y yo, muy de acuerdo con esta afirmación, agregaría que la educación debe ser el tema más importante de la agenda familiar, lo más importante para las familias, y lo digo por experiencia, debe ser la educación de los hijos.
Quisiera terminar diciendo que tal como me lo propuse, mi vida es diferente, y mi familia vive mejor, no somos adinerados -en absoluto- pero esas historias de infinitas necesidades y pesares, hacen parte ahora solo de las reflexiones que compartimos con estudiantes, sobrinos e hijos acerca de la importancia de la educación. Y también, quisiera decir que de los momentos más significativos de mi vida, está el del día en que llegué como formadora a ese colegio de mi primaria, que está focalizado, y me encontré a mi seño Elia, tan sabia y llena de vida como la recordaba.

Una historia que cuenta que la educación sí es el camino para la prosperidad. Johana Cifuentes Álvarez