Actualizado el 11 de Septiembre de 2012

"La tarea no termina y la fe en un mejor desenlace tampoco"... Víctor Elías Lugo Vásquez.

Creo fervorosamente que contamos con una oportunidad inmejorable para contribuir, con humildad, pero buscando obtener un impacto profundo, al logro de este objetivo para que las vidas de millones de personas en Colombia sean mejores.

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Víctor Elías Lugo Vásquez
Formador Amazonas y Guainía
velugov@gmail.com

Hace poco, debido a las múltiples peripecias que hemos vivido como Formadores para el programa "Todos a Aprender" del Ministerio de Educación, recordé la frase de una vieja canción de Miguel Ríos que dice: "donde pongo la fe, me pongo en juego". La frase se me vino a la mente porque este programa, para mí, indudablemente, se ha vuelto una cuestión de fe y, a medida que nos acercamos más a la realidad del sistema educativo colombiano, se intensifican la pasión y la responsabilidad implícita de trabajar de la mano de miles de docentes para construir, de manera conjunta, la esperanza de un mejor futuro para millones de niños de nuestro país. Y, a pesar de que suena extremadamente idealista, creo fervorosamente que contamos con una oportunidad inmejorable para contribuir, con humildad, pero buscando obtener un impacto profundo, al logro de este objetivo para que las vidas de millones de personas en Colombia sean mejores.

Desde que tengo uso de razón, la idea de que la educación cambia vidas ha estado siempre presente en el discurso de todos los padres, especialmente en el de los que, por infinidad de razones, pertenecen a contextos marginalizados, como aquel del que provengo. Sin embargo, en los casos en los que la educación es efectiva, una vez surtido el trámite, casi nunca nos detenemos a reflexionar sobre el impacto de la escuela y de la educación en términos concretos en nuestras vidas y, al menos aparentemente, guardamos un mayor agradecimiento a nuestra última universidad y no a nuestros primeros maestros y escuela.

Mi participación en este programa es mi forma de agradecerles a mis padres, a mi abuela materna, a mis seis hermanos y, en especial, a las profesoras Flor, Fanny y Myriam de la Escuela Emma Villegas de Gaitán en Bogotá y la Concentración John F. Kennedy en Soacha. Indudablemente, sin el concurso activo de todos ellos, no habría tenido la oportunidad de acceder al Colegio Departamental Integrado de Soacha, ni a la Universidad Nacional de Colombia y, muchísimo menos, a la Universidad de la Sabana con el fin de desarrollar las competencias que nos han permitido tener una mejor calidad de vida a mi familia y a mí. Sin ellos, no habría podido vivir en la escuela en la que logré entablar relaciones afectuosas y de amistad, que aún hoy, después de casi treinta años, permanecen incólumes y aprendí a solventar todo tipo de adversidades.

No es exagerado afirmar que, gracias a mis maestras y a mis padres, conocí a la mujer maravillosa con la que comparto mi vida desde hace casi veinte años, con quien tengo dos hijos de los cuales nos sentimos profundamente orgullosos y realizo un trabajo que me llena de satisfacciones. En términos concretos, gracias a su ejemplo, escogí ser docente.

Cuando llegué al programa "Todos a aprender", el pasado mes de febrero, no tenía claridad sobre lo que se esperaba de mí y, por ende, no podía declarar con certeza plena que estuviera en capacidad de llenar las expectativas que habían cifrado en todos los nuevos formadores. Confieso que, hasta ese momento, debido a que desconocía la realidad del Ministerio de Educación y, por ende, lo percibía con cierto recelo, veía la educación básica como algo sobre lo cual, quizás sólo de manera tangencial, podrían llegar a tener un impacto los docentes que estaba formando en los programas de licenciatura para los que estaba trabajando. Por ello, los primeros encuentros con mis colegas formadores y las extenuantes, (aunque amables) jornadas de formación, sin duda, me ayudaron a reducir la ansiedad que me generaba la misión que se nos encomendaba en aquel momento.

Sin embargo, fue el primer encuentro con la Señora Ministra de Educación, María Fernanda Campo, el que apaciguó cualquier duda sobre nuestra contribución: sentirnos parte del programa que ella describía en aquel momento con tanta pasión era simplemente un privilegio. Esta sensación, así como el aprendizaje, se ha ido consolidando día a día, al igual que el sentido de pertenencia al Ministerio de Educación Nacional, al programa y a una comunidad de profesionales (formadores, tutores, directivos, administrativos y docentes) convencidos de que, a pesar de los múltiples inconvenientes, la meta es tan loable que desfallecer no es una alternativa. En estos pocos meses, hemos tenido la oportunidad de conocer tutores, directivos y docentes maravillosos, hombres y mujeres de carne y hueso que se deslumbran, como si abriesen sus ojos al mundo, al reconocerse y ser reconocidos como seres valiosos y valorados, dueños de sus vidas y motores directos e incuestionables de la transformación positiva de la vida de sus estudiantes, sus municipios y su país.

Sin embargo, los altos ideales no nos enceguecen frente a la realidad; al contrario, nos cuestionan sobre la forma en que podemos llevarlos a cabo a pesar de las adversidades. El aprendizaje no sólo ha sido constante sino que, en algunas ocasiones, hemos aprendido en situaciones difíciles: las condiciones no son fáciles el resentimiento causado por la percepción de abandono prolongado, las prácticas de corrupción, clientelismo y desangre del Estado, así como los intereses oscuros que se benefician de la pobreza y la ignorancia, arraigados durante años, se resisten a desaparecer y los grupos armados ilegales, el crimen y la violencia son una amenaza latente para un programa que busca reducir gradualmente la inequidad y la injusticia social, excusas tradicionales para la violencia. Además, en lo personal, el compromiso adquirido ha tenido un impacto en nuestras vidas ya que tenemos menos tiempo disponible para nuestros seres queridos y, en ocasiones, incluso, para nosotros mismos. Como dijo hace poco Rubén Blades: "La tarea no termina y la fe en un mejor desenlace tampoco" y, por ello, es reconfortante ver que, todos nosotros, sin excepción, tras un inconveniente, nos reponemos con ánimo redoblado.

Gracias inmensas a la Sra. Ministra de Educación, María Fernanda Campo, una verdadera líder e inspiración para todos nosotros, al Dr. Julio Salvador Alandete, Gerente del Programa, quien nos ha brindado su apoyo incondicional, a mis 99 colegas formadores (todos ellos profesionales y seres humanos maravillosos), especialmente a Rosa María Palacios, con quien compartimos el reto que implica lograr que Guainía, a pesar de no tener tutores a la fecha, no permanezca relegada en el olvido, a los cientos de tutores con quienes compartimos esta hermosa misión, especialmente a Janeth Melo, única tutora a la fecha en Amazonas, a los Secretarios de Educación y sus equipos en todo el país que han decidido trabajar hombro a hombro con nosotros para apoyar esta iniciativa y, particularmente, a todos los millones de docentes que, día tras día, contribuyen decididamente a forjar un mejor país con abnegación y respeto por la misión de formar mejores seres humanos y permitirnos soñar con un mejor futuro para todos.

Es, precisamente, la posibilidad de participar activamente con todos ustedes en el reconocimiento respetuoso y digno de la diversidad cultural de nuestro país, de la figura del docente y de la escuela lo que nos hace soportar las adversidades, afrontar los riesgos y decir con absoluto convencimiento: "Yo me comprometo".

Santiago Peña Escobar. Nariño