Actualizado el 06 de Agosto de 2008

Pensando las independencias

Sobre un mismo conjunto de eventos pueden existir dos o más interpretaciones diferentes. Por una memoria común.

I Estamos acostumbrados a pensar que la historia que leemos en los libros presenta, de manera exacta, lo que aconteció en el pasado. Lo cierto es que historia y pasado son conceptos distintos: lo que aconteció, de una parte, no es otra cosa que una serie de eventos producto de la acción humana o de la naturaleza; la historia, de otra parte, es el resultado de la interpretación que de esos eventos realiza un grupo de personas más o menos especialista en su estudio. A esto último lo denominamos historiografía.

Si aceptamos que la historia que leemos en los libros es un producto, elaborado como actividad de conocimiento por un grupo de personas que se suponen capaces de llevarla a cabo, debemos admitir que dicho producto cambia en función del grupo humano que lo elabora. Con esto queremos decir, que sobre un mismo conjunto de eventos pueden existir dos o más interpretaciones diferentes. ¿La razón? Los grupos humanos que las elaboraron son distintos.

No debe extrañarnos, entonces, que encontremos distintas historias sobre lo mismo, esto es, diversas interpretaciones pues los eventos no pueden ser diferentes. Lo que cambia es la valoración, el modo como se relacionan unos con otros, la inclusión de más o menos acontecimientos en una misma interpretación, las preguntas que hacemos a los testimonios que nos dan cuenta de esos sucesos, en fin, los conceptos que utilizamos para comprender las acciones, entre otras muchas actividades de conocimiento, las cuales llamamos investigación.

II La historia de la Independencia que conocieron nuestros antepasados, y que en muchos lugares llega aún hasta nosotros, es el producto de una generación de historiadores que la elaboró hacia finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Para ellos, la motivación principal al realizar sus investigaciones no fue otra que dar fundamento, mediante el estudio de los orígenes de la república colombiana, a la noción que tenían de Estado y de Nación. Por ello, esta generación, y muchas que les sucedieron hasta los decenios finales del siglo pasado, hicieron de nuestro pasado uno de disputas entre federalistas y centralistas, bolivaristas y santanderistas, salvajes y civilizados, atraso y modernidad, para mencionar solo algunos de los asuntos que fueron presentados como los dilemas básicos que en su solución nos dan las claves de lo que hoy somos y podemos ser.

Esta historia fue aceptada como verdadera pues, al tiempo que adquiría verosimilitud por el inmenso acopio documental que la respaldó, se impuso como el canon que todo colombiano debía saber y del cual debía partir para futuras investigaciones. La historiografía de este grupo de historiadores es copiosa en sus productos, muchos de ellos de gran calidad investigativa y, no menos importante, perspicaz en sus preguntas y en ocasiones osada en sus respuestas. Sin embargo, todo este producto historiográfico partió de una misma consideración: la Independencia de Colombia es el germen de la nacionalidad colombiana. Ella es la Nación.

III Dicho lo anterior, hoy, a unos doscientos años de los primeros eventos que podemos singularizar como vinculados a la Independencia de esta colonia, conocida entonces como la Nueva Granada, es posible sugerir que podemos preguntarnos de nuevo por la historia de nuestra Independencia. Ello, porque lo que hoy nos motiva son otras preguntas, otros afanes, otras esperanzas. Lo que queremos reconocer como nuestro pasado no es el recuerdo de una simplificación en el Estado centralista de lo que ha sido constitutivo de nuestras vidas.

La Independencia ocurrió, no debe cabernos la menor duda. Pero, ¿qué es lo que nos interesa conocer de eso que ocurrió? ¿Cómo valoramos, desde nuestra actualidad, los acontecimientos de esa época? ¿Cuáles son los sucesos que debemos tener en cuenta, en su inclusión y relaciones, para explicar las situaciones que dieron lugar a eso que llamamos Independencia? ¿De qué manera nuestra región, mi localidad, participó o no en tales eventos? ¿Existía en esa época? Estas y muchas otras preguntas pueden ser elaboradas por nosotros, propuestas como asunto de la pesquisa, discutidas como punto de partida de esa pasión que llamamos investigación. Es más, podemos confrontar estas preguntas con las que realizaron y respondieron los historiadores de otras épocas.

Y la elaboración de las respuestas nos debe conducir a la búsqueda de nuevos testimonios, a la relectura de los documentos ya utilizados, a la crítica de los viejos textos de historia. Las respuestas, en la producción de eso que hemos llamado historiografía, son resultado de arduas pero enriquecedoras y siempre sorprendentes tareas de pesquisa, la que siguiendo los indicios dejados en esos testimonios nos permite construir una respuesta plausible en sus alcances interpretativos y pertinente respecto de nuestra época e intereses.

IV Pero cualquiera que sean nuestras preguntas, hoy, debemos tener como punto de partida que la Independencia no es necesariamente un solo evento que, por su importancia, se erigió en fundador de nuestra nacionalidad. Esta es la razón del título de este artículo. ¿Qué razón tenemos para ponerlo en plural? ¿Acaso la Independencia no fue una sola, realizada por una serie de personas, a las que reconocemos como "fundadoras de la patria", que se cumplió en un lapso comprendido entre 1810 y 1819?

Si tomamos como punto de partida para nuestras preguntas algunos eventos que se sucedieron de manera contemporánea con lo ocurrido en Santafé de Bogotá el 20 de julio de 1810, el resultado es que no es una respuesta satisfactoria la afirmación de ese solo evento como fundador de nuestra nacionalidad. En Santafé de Antioquia, por ejemplo, entre el 10 y el 30 de agosto de 1810 se dio forma a la Junta Provincial Superior de Gobierno, entidad de orden similar a la de Bogotá, razón por la que terminó no aceptando su supremacía. En Cartagena algo similar había ocurrido desde el 22 de mayo del mismo año, esto es, antes que Bogotá. Pero en la Provincia de Cartagena, esta ciudad tuvo que enfrentar la rebelión de Mompóx, que formó su junta el 6 de agosto de 1810 y que proclamó rápidamente su independencia no tanto de España como de Cartagena (octubre 11 de 1810). Lo mismo podríamos decir de Nóvita y Citará en el Chocó; o los complejos enfrentamientos entre El Socorro, San Gil, Pamplona y Girón; además de los ocurridos entre Honda, Mariquita, Ibagué, Espinal y Ambalema; igualmente entre Neiva, Timaná, Garzón, Purificación y La Plata; o no menos graves que los ocurridos entre las ciudades confederadas del Valle (Cali, Toro, Cartago, Caloto, Buga y Anserma) contra Popayán; en fin, varias de tales poblaciones o provincias contra Santafé de Bogotá o contra Tunja, estas dos entre sí y las dos contra Santa Marta, Popayán y Pasto. No podemos dejar de considerar que a estos conflictos internos en las provincias o interprovinciales, se aúnan las diferencias de intereses entre los grupos sociales según las circunstancias en cada región y población. Por ello, la diversidad de comportamientos de blancos, indios, negros, mestizos y mulatos frente a las Juntas y posteriores declaraciones provinciales de independencia absoluta de España.

Esa historiografía que nos hace pensar que Colombia ya existía en 1810, pues la Independencia al ser su germen la contiene, no alcanza a explicar satisfactoriamente lo enunciado en el párrafo anterior. Por eso lo olvida, lo simplifica, o lo presenta escuetamente como un error de juventud. Sin embargo, pasar rápidamente de los sucesos del 20 de julio de 1810 en Santafé de Bogotá, como los únicos fundantes de la nación, a la campaña libertadora de 1819, culmen de lo iniciado años atrás, mencionando apenas de paso lo acontecido entre esos años pues se valora como "la patria boba", es seguir manteniendo en el olvido lo que hoy nos puede explicar no necesariamente un inicio, pero ciertamente sí un rompimiento: el realizado contra la metrópoli.

No una sino muchas independencias están en la base de nuestra diversidad cultural, conflictividad social, debilidad estatal y pluralidad de prácticas y modos de ser. Las varias colombias que hoy reconocemos precisamente como nuestro gran patrimonio no pueden ser, entonces, el resultado de ese mítico origen que encuentra en las fechas del 20 de julio de 1810 y del 7 de agosto de 1819 sus hitos fundamentales.

Preguntémonos, entonces, qué es lo que hoy queremos recordar. La respuesta que demos a esto, sea cual sea, encontrará en el uso plural de la palabra independencia una de sus claves, pues nos conduce a nuestra memoria común.

(*) Investigador y profesor de la Universidad Javeriana.

Altablero, 46, Pensando las independencias