Actualizado el 30 de Abril de 2002

Experiencias exitosas en medio del conflicto

El miedo los sacó de su tierra, de sus tradiciones. La violencia llegó a sus vidas sin pedir permiso y los obligó a huir de ella con rabia e indignación. Entre 1994 y 1995, los indígenas Senú abandonaron Necoclí y Arboletes, municipios del Urabá Antioqueño, por culpa de las balas de los grupos armados, las cuales un día dieron muerte al gobernador de la comunidad, José Elías Suárez.

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El miedo los sacó de su tierra, de sus tradiciones. La violencia llegó a sus vidas sin pedir permiso y los obligó a huir de ella con rabia e indignación. Entre 1994 y 1995, los indígenas Senú abandonaron Necoclí y Arboletes, municipios del Urabá Antioqueño, por culpa de las balas de los grupos armados, las cuales un día dieron muerte al gobernador de la comunidad, José Elías Suárez.

Las parcelas dejaron de producir, el cabildo indígena se desintegró y la escuela de la profesora Ayda Suárez se quedó sin alumnos, sin dolientes y sin asomo de esperanza. Esto impulsó a los docentes de las localidades a liderar una difícil pero inevitable labor: reagrupar a la familia Senú, a pesar de la dispersión de sus integrantes a regiones distantes e inhóspitas. Cerca de 50 familias fueron desplazadas.

"La intención de la escuela era que se mantuviera la unidad del pueblo, su identidad. Lo más importante era hacer de ésta un espacio abierto, participativo e interlocutor que capacitará e interactuará con la comunidad", dijo Ayda, quien un día decidió armar maletas y visitar, en compañía de otros docentes, los asentamientos senúes que se establecieron en Sucre, Córdoba, norte de Antioquia y Sur de Bolívar, huyendo de los violentos.

Construyendo historia y cultura

En este proceso ambulatorio, la escuela llegó a campos y veredas. Un árbol sirvió de refugio para hablar a las familias desplazadas de supervivencia en medio del conflicto; para conversar con ellas sobre niños, mujeres y cultura; para recalcarles la importancia del desarrollo de proyectos productivos, y para recordarles la constitución de un cabildo. Estas nuevas "asignaturas" dejaron a un lado las ciencias y las matemáticas, con el fin de generar en los senúes la idea del retorno como un objetivo ineludible en la reconstrucción de la etnia.

Por lo menos un año les tardó a los docentes lograr el regreso de los indígenas al Urabá antioqueño. Cerca de 365 días de trabajo comunitario, de labores de sensibilización, de diálogo con los actores armados para que posibilitaran el retorno de los indígenas. "Se les dijo que queríamos volver y trabajar en nuestro territorio, en el cual habíamos construido historia y cultura; también, que nos garantizaran el respeto a la vida y el derecho a morir de viejos", afirmó Ayda.

Para la familia Senú, la educación es hoy un mecanismo de defensa. La escuela ya tiene muros de concreto, la oferta educativa se amplió a noveno de bachillerato, el cabildo indígena tiene nueva casa, los niños nuevo polideportivo y las parcelas, sus semillas tradicionales.

Este logro, liderado por los docentes senúes, fue reconocido por el Ministro de Educación Nacional, Francisco José Lloreda, como una de las cinco experiencias más significativas de paz y convivencia realizadas desde la comunidad educativa en el país. La Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), a través de su secretario general, Francisco Piñón, también reconoció dicha labor.

"La escuela es responsable en la posibilidad de enseñar a vivir juntos, uno de los grandes problemas de la humanidad. Estoy interesado en que estas experiencias se pongan en contacto con las de otros de países de la región", señaló Piñón.

Niños emprendedores de paz

El trabajo de ocho educadores y 206 niños en el colegio Indupalma de San Alberto (Cesar) fue otra de las experiencias premiadas por el Ministerio y la Organización. Desde 1997, la institución, ahora dirigida por Laura Rondón, ha trabajado por resolver los problemas de forma pacífica y por fortalecer el rol de los alumnos como mediadores en los conflictos.

Antes de esa fecha, el lenguaje de miedo y muerte con el que los niños se expresaban aterraba a sus profesores, señaló Laura. San Alberto es un municipio localizado en zona de influencia de grupos armados ilegales.

Este panorama obligó a los directivos a crear una estrategia para transformar ese lenguaje y crear una cultura de convivencia al interior de la institución. Tres de sus docentes fueron enviados a Valledupar hace seis años para que se capacitaran en pacificación. Al regresar, dieron vida al programa de convivencia que ha hecho de los niños emprendedores de paz, dentro y fuera del aula escolar.

Entre marzo y noviembre del año anterior, en el colegio de San Alberto hubo 605 conflictos. De éstos, 493 se solucionaron y Tatiana Pacheco contribuyó a ello. 37% de los problemas se generó por apodos, 29% por agresión verbal, 19% por chismes, 10% por robo y 5% por agresión física.

Hace dos años, Tatiana comenzó a ser mediadora; normalmente tenía que intervenir en problemas generados por la pérdida de pertenencias, por sobrenombres y por insultos. A sus 10 años de edad, se siente orgullosa de su labor y ahora la está replicando en el colegio Nuestra Señora del Rosario de Lagos de Bucaramanga, donde comenzó su sexto grado.

En el Colegio Indupalma de San Alberto, donde dio inicio a su trabajo como mediadora, compartió la experiencia de contribuir a resolver conflictos con otros 20 menores de cuarto y quinto de primaria. "Eso sí, deben ser excelentes, respetuosos y tolerantes", recalcó. Su lugar de mediación era la sala Juan Pablo II, espacio en el cual sólo tenían cabida los mediadores y los niños partícipes del conflicto. Semanalmente, daba reporte de los problemas resueltos a sus docentes.

"Tenemos valores como el amor, el respeto y la lealtad. Ya creamos, incluso, un club de convivencia del cual hacemos parte quienes trabajamos en la mediación", afirmó.

Armas por cuadernos

Para María Eugenia Velásquez, del programa Aula Abierta: Escuela en la calle para los de la calle, la contribución a la pacificación y resolución de conflictos es su quehacer diario, el cual ha constituido como un reto permanente desde hace cuatro años en Medellín.

María Eugenia abrió salones al campo libre para educar a desplazados, desempleados, víctimas de violencia intrafamiliar, abuelos y muchachos sin oportunidades educativas, entregados al vicio y la violencia. Aulas para ampliar la cobertura educativa, crear buenas relaciones y hacer alianzas en los puntos marginales de la capital antioqueña.

Su programa (apoyado por 80 instituciones) logró que los jóvenes cambiaran las armas por cuadernos, manualidades, partidos de fútbol y proyectos de salud. Incluso, rompió las fronteras que existían en los barrios, las cuales fueron creadas por bandas juveniles que impedían el cruce de sus "enemigos" de una cuadra a otra.

Ese veto se acabó. En cuatro meses (la experiencia lleva un año en la ciudad y tres en el sector de El Robledo, donde María Eugenia es directora de núcleo) las aulas reunieron 100 maestros y 10.000 estudiantes en horarios flexibles. La idea de María Eugenia fue aprovechar los 187 días libres anuales (entre fines de semana, festivos, días santos) para llevar estudio gratuito a la comunidad. En un mismo salón de clase estudiaban abuelo, padre e hijo.

Fernando Pineda fue uno de los 10.000 alumnos. Su sueño de estudiar y de progresar lo convirtió en un estudiante pilo y lo llevó a ser elegido presidente del Consejo Estudiantil. Cuando el aula llegó a Santa Cruz, su barrio, área marcada por la violencia urbana, animó a su gente y en un solo día logró matricular a casi 800 personas del sector al programa de María Eugenia.

Pero ahora, las cosas son distintas. Las aulas fueron cerradas por el gobierno departamental mientras se busca la forma de 'legalizar' esta educación que se convirtió, según María Eugenia, en "filosofía de vida, donde todos hacen uso y parte de lo que la Constitución les ha regalado; en un espacio con currículos diferentes, que educa en salud, en lúdica y en proyectos trabajados a partir de las necesidades del barrio".

Su labor, apoyada en 28 años de experiencia como educadora, y las de Ayda Suárez y Laura Rondón, serán ejemplo para que otras instituciones colombianas y latinoamericanas reconozcan a la escuela como un nido de pacificación, en el cual el convencimiento de docentes y alumnos de que la convivencia es posible y se construye desde el aula escolar, multiplica en la comunidad el deseo de trabajar por un fin común: la paz.

"Se les dijo que queríamos volver y trabajar en nuestro territorio, en el cual habíamos construido historia y cultura; también, que nos garantizaran el respeto a la vida y el derecho a morir de viejos", afirmó Ayda.

Experiencias exitosas en medio del conflicto