Actualizado el 17 de Julio de 2013

El principio necesario de toda transformación es acoger otras perspectivas. Laura Emilia Fonseca Duque

Desde niña me apasionaba el trabajo educativo. Hija y sobrina de maestros y maestras, mantuve desde que tengo memoria, un contacto muy estrecho con ambientes educativos.

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Desde niña me apasionaba el trabajo educativo. Hija y sobrina de maestros y maestras, mantuve desde que tengo memoria, un contacto muy estrecho con ambientes educativos. Mi mamá nos llevaba con mi hermana menor a su aula de trabajo con niños y niñas de básica primaria y esta situación pronto se convertiría en mi "norma de ventaja" frente a mis compañeros de preescolar, pues fue en el aula de mi mamá donde a los 4 años comenzó mi alfabetización inicial.

Con el tiempo, no solo me acerqué a las prácticas de aula de mi mamá, sino también a las inquietudes, las luchas y hasta las marchas de protesta de mis padres por el mejoramiento de las condiciones laborales y educativas en el sector oficial. Hablar de educación era una práctica casi cotidiana en el hogar durante la infancia. Ser maestra fue mi primer oficio, a los 14 años comencé orientando el quinto de primaria para mujeres adultas en la escuela dominical del colegio. Luego, daba clases particulares de matemáticas e inglés a chicos apenas menores que yo.

Sin embargo, cuando a los 16 años debí afrontar mi elección de carrera, en parte por el deseo familiar de buscar otros horizontes profesionales, quizás con más altas compensaciones económicas, me enrumbé por caminos que me alejaban considerablemente de la educación. Pero, el llamado no se acallaba en mi interior y tras dos intentos fallidos de carrera, finalmente al optar por Literatura, esa otra gran pasión de mi vida, en la Universidad Nacional, la academia de mi padre, que nos ofreció vivienda y hasta alimentación durante algunos años, vuelvo a reencontrarme con la educación, como el énfasis más interesante y humano de esta carrera.

Mi historia hasta este punto corrobora aquello de que no se puede huir de las verdaderas pasiones, como tampoco de los temores, pues donde quiera que vayamos allí nos persiguen. A medida que asumía distintos roles como asesora, como becaria, como investigadora, como formadora de formadores, y, claro, como maestra. Deambulando por los caminos de la educación, comencé a construir mi propia novela de formación. La persona que soy, es decir la hija, la amiga, la esposa que fui, la compañera, la amiga, la maestra, la formadora de formadores y, sobre todo, la madre de mi hijo, quien ha sido el más grande de mis maestros, la he construido trabajando, pensando y construyendo desde, para y por la educación. He tenido el privilegio de transitar por ámbitos tan diversos, desde las aulas del I.E.D. La Merced con niñas de tercero primaria, resignificando "En la diestra de Dios padre" de Tomás Carrasquilla, hasta las verdes selvas guaviarenses donde dejé mi adolescencia, me hice adulta y culminé mi formación como maestra, apoyando la conformación de una red de maestros y el desarrollo en algunos de ellos, colegas y maestros de la vida y del arte para mi, de prácticas más reflexivas sobre el lenguaje y la escuela; y más allá, como maestra de secundaria en los gélidos escenarios de colegios privados, donde el maestro es prescindible, y después, pero en significativo contraste, en el sector oficial donde pude conocer el lado profundamente humano de este trabajo.

Convencida de que tenía todo por aprender y que ni siquiera sabía cómo formular las preguntas pertinentes, cursé la maestría en la Universidad de los Andes, mi otra gran academia, donde aprendí el rigor académico y la disciplina que me hacían falta, además de afinar mis cualidades investigativas. También fui docente universitaria y constaté como los adultos pueden padecer los mismos vacíos de los niños y adolescentes, pero con mayores y, en ocasiones, feroces resistencias al aprendizaje. En algún punto, mi vida sufre un viraje drástico por una dolorosa pérdida familiar y en procura de mejorar mis precarios ingresos como docente, emprendo el reto de crecer en un ámbito nuevo, en una escuela virtual adscrita al PNUD. Lo que parecía un reto para mis competencias pedagógicas se convirtió en mi primera coordinación y mi aporte al proyecto resultó ínfimo frente a lo que para mi significó en términos de formación y desarrollo profesional. Habiendo desarrollado mis destrezas en liderazgo, educación virtual, educación para adultos, gestión por resultados y trabajo en entornos desafiantes y cambiantes, luego pude combinar la cátedra universitaria con la pedagogía virtual y la consultoría independiente a organizaciones, que me reportó enormes satisfacciones.

En este contexto y dispuesta a comenzar en un ámbito nuevo, convencida de que apenas sabía formular algunas preguntas que interesan a la educación y que debía emprender nuevos caminos de aprendizaje para abordar esas respuestas y plantear nuevas preguntas, opté por presentarme a la convocatoria del Ministerio de Educación, para desempeñarme como formadora del Programa "Todos a Aprender". Y aquí estoy, ahora hago parte de este equipo heterogéneo y emprendedor, con el que además de la fe en la transformación educativa que el país reclama, compartimos el haber tomado la decisión en diversos momentos profesionales y personales de nuestras vidas de tomar el camino menos transitado y quizás el menos comprendido, el de la institucionalidad donde se gestan las políticas educativas, y eso, como alguien dijo alguna vez, bastó para hacer la diferencia porque ese es el principio necesario de toda transformación: acoger otras perspectivas, transitar lo no transitado, pensar lo impensable y emprender lo imposible.

El principio necesario de toda transformación es acoger otras perspectivas. Laura Emilia Fonseca Duque