Actualizado el 15 de Julio de 2013

En "Todos a aprender", aprendo día a día a escuchar, comprender y proponer. Olga Lucia Sevilla Rengifo

En "Todos a aprender", aprendo día a día a escuchar, comprender y proponer. Me he despojado de muchas formas estructuradas de trabajo para entrar en un programa en permanente construcción que me exige tener un pensamiento abierto ante la complejidad y la divergencia.

El inicio

Soy orgullosamente colombiana, de la sucursal del Cielo, Cali, aunque desde muy temprana edad he vivido en Bogotá, ciudad de todos.

Vengo de una familia pequeña, padres y una hermana menor. Tradicionalmente en mi familia se confió en la educación ofrecida por comunidades religiosas, por ello desde los ocho años, mis padres me matricularon en un Colegio Salesiano en Soacha, municipio aledaño a la capital y que quedaba cerca a mi casa.

Este colegio privado era muy reconocido y prestigioso en la región, no sólo porque tenía muchas niñas externas y un grupo considerable de niñas internas provenientes de diferentes partes del país, sino porque se dedicaba a formar maestras. Recuerdo que en la semana además de mi maestra, recibía la visita de niñas con uniforme que nos daban algunas clases de diferentes asignaturas, eran las practicantes, a quienes cariñosamente les decíamos "practis".

El colegio era muy grande y por salón existían largas filas de pupitres con cerca de 50 niñas. Cuando pasé a bachillerato, ya no me acompañaban las "practis", solo los maestros. Recuerdo con cariño que en el ambiente, las conversaciones con mis compañeras sobre el futuro, siempre tenían relación con la profesión que desde tan temprana edad ya todas sabíamos, queríamos ser maestras; no solo lo conversábamos también nuestros maestros nos lo hacían sentir en el discurso cotidiano, en la forma como nos daban las clases y por su puesto, era contundente el mensaje en las carteleras, afiches, celebraciones etc.

Un momento decisivo

En octavo grado volví a tener como directora de curso a mi maestra de cuarto, una mujer que se veía feliz siendo educadora, su esmero por hacer que sus estudiantes aprendieran generaban en el grupo un compromiso mayor con lo que ella enseñaba; por lo que significó la enseñanza del español con esta maestra, fue que decidí seguir el proceso de selección para ser bachiller pedagógico.

Durante todo un año, a través de la clase de fundamentos pedagógicos, nos preparamos cerca de 135 niñas para el momento decisivo, nuestra primera clase. Recuerdo con nostalgia que teníamos 45 minutos para dar la clase, la mía fue sobre las reglas ortográficas de la h. En ese entonces no era complicado preparar la clase, pues ya existían los procesos metodológicos para enseñar de todo, las tablas de multiplicar, las reglas ortográficas, la ubicación en mapas, entre otros.

Mi preocupación no era como planear mi clase, ya tenía los insumos, la preocupación era cómo hacerlo para que todas mis estudiantes aprendieran y finalmente saber si ese era mi camino o no.

Es indescriptible lo que paso en mí después de esa experiencia, ya mi deseo de ser maestra se convirtió en mi decisión de vida, por ello me animé mucho más por conseguir un promedio alto en mis calificaciones, pues para que pudiera pasar al grado noveno pedagógico no solo era importante que la maestra orientadora diera un concepto favorable de mi primera clase, sino que mi promedio debía ser de 8.5 sobre 10.0.

De las 135 niñas, solo pasamos a noveno 40, saberlo me dio mucha alegría, no solo a mi, también a mi familia, rápidamente pasó el tiempo y me gradué en el año 90, con tan solo 16 años ya era maestra, qué reto, qué orgullo.

La experiencia

Al año siguiente, en el mismo colegio, me dieron la posibilidad de ser maestra de quinto grado, fueron cinco años a cargo de cinco grupos de quinto de primaria. Un tiempo vitalizante para mí, porque lo que estas niñas me enseñaron, definieron mi profesión y la mirada que tengo por el otro, el que aprende, el que espera ser acompañado y tal vez el que a partir de lo que ve de su maestra, lo entusiasme a seguir esa profesión.

Los tres años siguientes y mientras cursaba la licenciatura en lenguas modernas, acompañé a las estudiantes de sexto a octavo en el aprendizaje de la lengua castellana, para ese entonces asumí el cargo de jefe de área y con mi equipo vivimos la construcción del PEI y la estructuración curricular con las nuevas directrices de evaluación, logros, indicadores de logros, los nuevos equipos: consejo directivo, consejo académico, comisión de evaluación, comisión de promoción, etc. Esta experiencia me permitió reconocer el cambio de mirada a la educación y las nuevas orientaciones para la formación de maestros.

En el año 97, fui nombrada coordinadora del ciclo complementario, un nuevo reto que implicó pasar de colegio a Escuela Normal Superior. La comunidad salesiana vio en el proceso de re-estructuración la oportunidad de formar con calidad a los nuevos maestros, desde nuevos paradigmas, desde la rigurosidad de la profesión y desde el compromiso de patria con el futuro del país. En este periodo de mi vida, aprendí a ver la educación como un sistema que integra los intereses académicos, personales y administrativos pero con un gran sentido social y humano.

Fueron muchos los cursos de formación que viví en este proceso en el que permanecí cerca de diez años: formación en modelos pedagógicos, en investigación educativa, en certificación de calidad, en didáctica, en gestión, en política educativa. Por esta misma época cursé la especialización en Literatura Colombiana y mi Maestría en Docencia. Fue un excelente momento para articular la teoría y la práctica, de esta manera reconocí la investigación como le mejor camino para cualificar mi trabajo como maestra y como coordinadora.

Desde el año 2000, además de trabajar en la Escuela Normal, me vinculé a una universidad privada de Bogotá, es decir que dediqué todo el día a trabajar en educación. En la universidad aporté a la formación de nuevos licenciados desde las áreas pedagógicas, investigativa y disciplinar.

El año 2008 fue trascendental en mi vida personal, el nacimiento de mi única hija, me llevó a tomar la decisión de trabajar en un solo sitio, con dolor y tristeza deje la Escuela Normal y acepté la Coordinación de Práctica en un programa de formación docente, en este mismo programa también fui coordinadora de investigación. Entré al mundo académico de la universidad, enmarcado en grupos de investigación y en redes. Fue maravilloso, además entré de lleno a lo que me apasiona, la investigación en educación.

El ahora

A finales del año 2011 una amiga me animó a participar en una convocatoria del Ministerio de Educación Nacional, con la que se buscaban profesionales de calidad para trabajar en un programa nacional. Solo con esta información decidí presentarme motivada por tener más incidencia en los procesos educativos nacionales y por mejorar mi calidad de vida. Después de varias pruebas, fui seleccionada.

Cuando me presentaron el programa, sentí enamoramiento inmediato con sus propósitos misionales. Transformar la calidad educativa desde el acompañamiento a los docentes para mejorar sus prácticas y con ello mejorar los aprendizajes de los niños, es la mayor motivación de mi espíritu, porque cuando los niños aprenden, los maestros son felices con lo que hacen y además dignifican su profesión, ya que sienten que cuando entraron en la vida de los niños, lo hicieron para hacerlos crecer.

En este momento comparto con colegas de Medellín el compromiso de lograr que los niños de treinta establecimientos educativos de esta ciudad, mejoren sus resultados en las pruebas saber en el año 2014. Mis colegas son personas con calidades humanas y profesionales invaluables, tutores dedicados y muy responsables con su trabajo, estoy segura que vamos a lograr nuestra meta, pues confiamos en los maestros y su actitud de apertura frente a la transformación de la educación.

En "Todos a aprender", aprendo día a día a escuchar, comprender y proponer. Me he despojado de muchas formas estructuradas de trabajo para entrar en un programa en permanente construcción que me exige tener un pensamiento abierto ante la complejidad y la divergencia.

Cierro mi relato con el poema de Jairo Aníbal Niño El caballo, solo para recordar la esencia de quienes son el foco de nuestro trabajo, LOS NIÑOS Y NIÑAS DE COLOMBIA, estoy convencida que estos niños con su mirada transparente, su inocencia e imaginación fortalecen en mí el compromiso con la educación del país.

El caballo

-¿Qué tiene en el bolsillo?

Un Caballo.

-No es posible, niña tonta.

Tengo un caballo
que come hojas de menta
y bebe café.

-Embustera, tiene cero en conducta.

Mi caballo canta
y toca el armonio
y baila boleros,
bundes y reggae.

-¿Se volvió loca?

Mi caballo galopa
dentro del bolsillo
de mi delantal
y salta en el prado
que brilla en la punta
de mis zapatos de colegio.

-Eso es algo descabellado.

Mi caballo es rojo,
azul o violeta,
es naranja, blanco o verde limón,
depende del paso del sol.
Posee unos ojos color de melón
y una cola larga
que termina en flor.

-Tiene cero en dibujo.

Mi caballo me ha dado mil alegrías,
ochenta nubes, un caracol,
un mapa, un barco, tres marineros,
dos mariposas y una ilusión.

-Tiene cero en aritmética.

Qué lástima y qué pena
que usted no vea
al caballo que tengo
dentro de mi bolsillo.

Y la niña sacó el caballo del bolsillo
de su delantal, montó en él
y se fue volando.

Jairo Aníbal Niño (Colombia)
Preguntario (1988)

En "Todos a aprender", aprendo día a día a escuchar, comprender y proponer. Olga Lucia Sevilla Rengifo