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Reconocimiento, educación e inclusión de las minorías culturales

Daniel Bonilla (*)

La identidad individual y colectiva se construye a través del diálogo implícito o explícito con el otro. El reconocimiento, no reconocimiento o falso reconocimiento que el otro proyecta sobre mí determina la manera como yo comprendo lo que fui, lo que soy y lo que quiero y puedo ser. Así, la manera como un sujeto o un grupo se comprenden a sí mismos está condicionada por la interpretación (positiva o negativa) que otros sujetos o grupos tienen de ellos.

El continuo reconocimiento positivo de las personas que interactúan con un sujeto permite que éste se afirme como un individuo valioso que puede construir una vida privada densa y que puede enriquecer la construcción de la vida pública de su comunidad. Por el contrario, el no reconocimiento o el reconocimiento negativo continuo de quienes interactúan con una persona hacen que ella, al interiorizar la mirada desaprobatoria que se proyecta, se conciba a sí misma como un sujeto que no tiene y/o no puede construir un proyecto de vida valioso, y como una persona que no tiene nada que aportar a la esfera pública del conglomerado social al que pertenece.

El reconocimiento del otro, entonces, parece ser una necesidad vital de todos los seres humanos; sin el reconocimiento de quienes nos rodean nuestra autoestima se debilita y, como consecuencia de esta situación, nuestra capacidad para la autoconstrucción y para la participación en la vida pública de nuestra sociedad desaparece o se reduce de manera notable.

Una niña a la que de manera regular y por largo tiempo sus padres y amigos le dicen que es poco inteligente, por ejemplo, termina creyendo que esto es cierto y actuando conforme a lo que esta visión le indica. Así, esta niña probablemente dejará de estudiar seriamente (para qué hacerlo si no va a obtener buenos resultados), de participar en los proyectos colectivos de la escuela (para qué intentarlo si ella no tiene nada que aportar) y de esforzarse por hacer de sí una persona valiosa (simplemente no tiene las capacidades para alcanzar este objetivo).

La educación pública es un medio poderoso a través del cual se distribuyen discursos en donde personas o grupos son reconocidos, no reconocidos o falsamente reconocidos. Así, a través de las exposiciones de los profesores, de las discusiones en clase, de la escogencia de los libros que los estudiantes tendrán que leer, etc. el Estado y los miembros de la comunidad académica hacen circular y reproducen las miradas dominantes que existen sobre individuos o colectividades. Este proceso ha sido particularmente efectivo en relación con las narrativas hegemónicas que existen en torno a las minorías culturales y raciales que habitan en nuestro país.

Tradicionalmente, en Colombia, la escuela ha sido un instrumento muy eficaz para reproducir las miradas negativas que la mayoría blanca-mestiza, católica e hispanohablante ha articulado sobre nuestras minorías culturales y raciales. De esta forma, la idea de que estas minorías, principalmente las comunidades indígenas y negras, están compuestas por pseudohumanos o por seres humanos de segunda categoría, ha logrado enraizarse en las mentes de un gran número de personas que pertenecen a la mayoría, y en las mentes de no pocos miembros de los grupos minoritarios. Por esta razón, muchos de los miembros de las minorías culturales se han visto marginados o se han automarginado del diseño y desarrollo de la esfera pública (nada han aportado ni tienen que aportar en estos procesos) y han interiorizado y reproducen una visión negativa de sus culturas que no les permite valorar su riqueza y que los conduce hacia el camino de la asimilación.

El discurso dominante sobre las minorías culturales y raciales, que históricamente ha circulado en la educación pública colombiana, ha girado en torno a dos ejes perversos. El primero, enfatiza en la supuesta inferioridad intelectual y moral de las personas que hacen parte de estos grupos. El segundo, subraya la supuesta inferioridad de las culturas que estos sujetos han construido y, por tanto, tienden a oscurecer los aportes que éstas han hecho para la construcción del Estado y de las tradiciones culturales de la mayoría de los colombianos.

Así, si queremos que la escuela sea un espacio en donde se respete la diversidad y un espacio en donde todos los individuos puedan afirmarse como sujetos capaces de edificar proyectos de vida valiosos y de contribuir a la construcción de la vida pública del país, la comunidad académica, principalmente los profesores y las directivas, debe articular estrategias que evidencien las formas como las minorías culturales y raciales han contribuido en la formación de la Nación; que evidencien las riquezas de las tradiciones culturales de las minorías y que enfaticen en la relativa igualdad biológica e intelectual de todos los seres humanos. Escoger como libros obligatorios de historia, literatura y cívica textos que muestren los roles que las minorías han jugado en la creación del Estado colombiano, desmotivar los comentarios o las prácticas de los estudiantes que estén motivados por un falso o un no reconocimiento de las minorías, evidenciar en las discusiones en clase los aportes que las minorías han hecho para la comprensión o la solución de los problemas que se debaten, la promoción en las aulas de valores como la tolerancia y el respeto a la diferencia, son algunas de las estrategias que podrían adoptarse para alcanzar los fines antes anotados.

Solo así podremos avanzar en la construcción de un país en donde los grupos culturales minoritarios sean adecuadamente reconocidos y acomodados.


(*) Profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, en Bogotá.

Reconocimiento, educación e inclusión de las minorías culturales
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Altablero No. 28, MARZO-ABRIL 2004
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