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No basta con tener más, hay que gastar mejor

Alberto Rodríguez
Washington
Durante las últimas décadas del siglo XX, Colombia -como la mayoría de los países de Latinoamérica- consiguió importantes avances en el sector educativo. La ampliación de matrículas hasta llegar casi a la universalización en la educación primaria democratizó la experiencia educativa; la lucha contra el analfabetismo fue efectiva; la descentralización permitió convocar mayor participación de las comunidades locales en sus escuelas y colegios; varias innovaciones educativas permitieron responder a desafíos puntuales del sector educativo; y -por encima de todo- la sociedad y el Estado comprendieron que la educación es la base del desarrollo y el crecimiento económico, así como el pilar de la democracia. Por eso Colombia, como muchos otros países del continente, ha comenzado a dar (intermitentemente, eso sí) prioridad política y fiscal a la educación.
Hoy se estima que Colombia destina 4.1% de su Producto Interno Bruto (PIB) a la educación pública. Esta cifra es superior al promedio latinoamericano -3.6%- pero inferior al promedio mundial de 4.8%. En 1980, Colombia destinaba solamente el 1.9% del PIB a la educación pública, lo que demuestra un enorme esfuerzo fiscal en los últimos 20 años para aumentar los recursos a la educación.
Sin embargo, a pesar de los aumentos en inversión, los efectos de este esfuerzo han sido lentos y en ocasiones difíciles de percibir. Lo que sucede es que los desafíos son tan grandes y complejos, que no basta con gastar más: hay que gastar mejor.
Repetir no sirve y es caro
Es inaceptable, por ejemplo, que cada año en Latinoamérica uno de cada tres niños de la Primaria es obligado a repetir un año. El costo de re-enseñar un año escolar a los repitentes en nuestro continente está calculado en US$ 4.2 billones anuales. El agravante es que, después de repetir el año, las investigaciones señalan que lo aprendido por el alumno no difiere de lo aprendido por aquellos alumnos que fueron promovidos en primera instancia. En resumen: repetir no sirve y es caro.
En Colombia la repitencia sigue siendo muy alta. En los primeros años del siglo XXI la lucha contra la repitencia debe ser sin cuartel y nos debe llevar a que nuestros recursos limitados se utilicen mejor. Para atacar la repitencia hay programas efectivos, como las "clases aceleradas" desarrolladas inicialmente en Brasil y que hoy ya se utilizan en Colombia. Pero además de estos programas, es importante que los directores escolares y maestros modifiquen su estrategia de "asustar"a alumnos y familias con la repetición si el alumno no se esfuerza para aprender. Es cierto, hay que buscar métodos para animar el aprendizaje, pero el profesor (al fin y al cabo profesional en su área) tiene que crear esos incentivos en la sala de clase a través de materiales variados, pedagogías activas, currículos relevantes y demostrando cariño y confianza en los educandos. Un excelente profesor exige esfuerzo y rendimiento por parte de sus alumnos; pero si el instrumento de exigencia es la repitencia, ese profesor no es excelente, sino por el contrario, está fracasando en su profesión de maestro.
La inequidad cuesta
Otro gran desafío para la educación en nuestro continente y en Colombia en particular es la búsqueda de la equidad. Lamentablemente, a pesar de los esfuerzos financieros de nuestros países, la inequidad persiste. La población de repitentes, por ejemplo, reúne de manera desproporcionada a los más pobres. Ellos, por lo tanto, son también los más probables desertores del sistema educativo. Por igual motivo, aquellos que consiguen graduarse de la secundaria son, de forma principal, los alumnos más pudientes y solamente una pequeña élite llega a la universidad.
Paradójicamente, en Latinoamérica más de un 25% de los recursos de la educación pública se destinan a las universidades, a donde llega solamente el 6% de la población (generalmente de las familias más pudientes). Los recursos públicos deben destinarse a promover la equidad, a dar oportunidades a quienes carecen de recursos propios para abrir horizontes. Definitivamente, en los primeros años del siglo XXI ¡se hace urgente utilizar los recursos de forma más transparente y equitativa!
En los primeros años del siglo XXI ¡se hace urgente utilizar los recursos de forma más transparente y equitativa!... Los insumos educativos se deben utilizar mejor para garantizar una educación de calidad para todos.
Estímulos a docentes por desempeño
Los recursos adicionales destinados a la educación en los últimos 20 años tampoco han resultado en un mejoramiento sustancial del personal docente. La tarea docente no es atractiva para los mejores graduandos, porque los salarios de ingreso son bajos y los aumentos salariales están atados principalmente a tiempo de servicio y no a excelencia y desempeño.
Muchos países están seriamente replanteando el escalafón docente para modernizarlo, flexibilizarlo y volverlo atractivo. Colombia debe observar esas experiencias para asegurarse que sus recursos sean mejor utilizados para incentivar a los maestros eficaces y comprometidos.
Colombia debe observar las experiencias que replantea el escalafón docente para asegurarse que sus recursos sean mejor utilizados para incentivar a los maestros eficaces y comprometidos.
Por otro lado, los programas de formación de maestros deben hacer un esfuerzo para modificar su enfoque, pasando de ser programas llenos de teoría y filosofía, a convertirse en programas prácticos que realmente entrenen al futuro maestro a enfrentar las dificultades y aprovechar las oportunidades que se le presentarán en la vida profesional en el salón de clase.
Observar, evaluar y actuar
Finalmente, los programas de capacitación de maestros han demostrado ser más efectivos cuando suceden en la escuela misma (con estrategias como observaciones de clases e intercambios de ideas entre colegas). Las capacitaciones de profesores que sacan al maestro del salón de clase (por días y hasta semanas enteras) para someterlo a cursillos (¡con diploma incluido y todo! ) han demostrado ser inútiles para mejorar el aprendizaje de los alumnos y muy costosas para el sistema educativo y sus limitados recursos disponibles.
Por último, con la descentralización y la autonomía escolar tan preponderante en Colombia y el continente, surge también la necesidad de aumentar la capacidad del sector público de vigilar, monitorear y acompañar a las escuelas, municipios y departamentos en su responsabilidad educativa.

En el siglo XXI hay que fortalecer los sistemas de evaluación para detectar tempranamente las dificultades. Hay que impulsar a las comunidades a que ejerzan de forma vigorosa el control social sobre la educación, que debe resultar en cambios pequeños pero enormemente importantes: que el dinero de la escuela o el municipio se gaste apropiadamente; que los maestros asistan puntualmente a dictar clase; que los horarios escolares se cumplan sagradamente; que las escuelas sean centros de paz -protegidos de las acciones violentas de nuestro doloroso conflicto armado-; que se respeten las libertades y derechos individuales de los maestros y los alumnos; que se enseñe el currículo y se utilicen los materiales y textos disponibles. En fin, que los insumos educativos se utilicen mejor para garantizar una educación de calidad para todos.
Con la descentralización y la autonomía escolar surge también la necesidad de aumentar la capacidad del sector público de vigilar, monitorear y acompañar a las escuelas, municipios y departamentos en su responsabilidad educativa.
El siglo XXI aparece como una oportunidad enorme de dar un salto cualitativo en nuestra educación. El concurso de todos -maestros, directores, padres de familia, gobiernos municipales y departamentales, Gobierno Nacional- es indispensable para demostrar que podemos utilizar recursos de forma más eficiente. Podemos gastar mejor. Así y solamente así se puede justificar la necesidad futura de gastar más.
Alberto Rodríguez, Ph.D. es especialista en educación del Banco Mundial. Las opiniones expresadas en este artículo no comprometen a la institución para la cual trabaja y son exclusivas del autor.

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Altablero No. 18, MARZO 2003
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