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Perspectiva histórica y concepción sobre la educación sexual.
La travesía uruguaya hacia la educación sexual

STELLA CERRUTI BASSO (*)

Hace más de un siglo, nuestro país viene luchando por la temática de la educación sexual. Son momentos relevantes de este proceso:

Entre 1945 y 1957, un movimiento encabezado por los docentes y algunos investigadores trató de integrar la educación sexual, que era fundamentalmente biológica, a los programas de las escuelas.

En 1957, un proyecto pionero de educación sexual fue detenido en el Senado. Determinados sectores aprobaban la rendición de cuentas del gobierno siempre y cuando se quitara la temática de educación sexual. En este sentido, llegó a considerarse que en las escuelas sólo podía hablarse de reproducción hasta los batracios.
En el inicio de las décadas del 60 y 70, diferentes movimientos vinculados a los grupos de trabajo en planificación familiar, comenzaron a ventilar la temática en los centros educativos. En 1973, con el lamentable golpe de estado que rompió el sistema democrático, cualquier actividad en el tema fue prohibida y también se restringió el uso de anticonceptivos.

Entre los años 85 y 95, cuando se recobra la institucionalidad democrática, empieza un programa de educación de la sexualidad, desde el sector educativo, que, a pesar de las evaluaciones positivas, fue cancelado por una reforma educativa.

En la actualidad se ha rescatado ese programa, con el ánimo de realizar reformas en el sector educativo y en salud. En 2005, una resolución emitida por las autoridades educativas establece como imperiosa la necesidad de abordar la educación sexual, considerando la sexualidad como una dimensión constitutiva de las personas, fundamental para construir identidades y vínculos, y con una proyección en el ámbito emocional, familiar y social.

Esa Resolución sustenta la educación sexual desde el marco legal de la Constitución de la República y en los tratados de derechos humanos que el gobierno ha suscrito.

En el ámbito de lo conceptual se considera que no hay otra forma de construir un programa que no sea la participativa, ya que el término educación sexual tiene decenas de miles de actividades, muy diversas, con distintos objetivos, que se ven desde diferentes marcos referenciales y metodologías. De ahí las consultas a los distintos sectores de la comunidad educativa y de la población -espacios de diálogo y construcción- y el Debate Educativo del año 2006, que está dando los insumos para la ley de educación, hoy en estudio.

En este momento se diseña una política pública nacional en la que resulta básica la existencia de un marco teórico conceptual de referencia para articular acciones, que después podrán desarrollarse en distintos lugares de nuestro pequeño país.

Entendemos que la educación sexual, como habían determinado llamarla nuestras autoridades, se instala en un trípode conceptual:

La sexualidad entendida como dimensión humana para hacerse persona y establecer vínculos.

El proceso educativo, como un ámbito formador de ciudadanías, es uno de los constructores de la convivencia social, y según las cifras tan inequitativas de nuestro país, elemento de socialización y democratización.

La estrategia de educación sexual es un ámbito privilegiado para el desarrollo de las potencialidades en la niñez y la adolescencia, lo que contribuye a la salud integral.
Por supuesto, tenemos que instalar la educación sexual en un ámbito ético, que está fundamentado en los derechos humanos con énfasis en los derechos de los niños y los adolescentes, y la bioética. Y un tema que nosotros discutimos y planteamos siempre: ¿cómo tenemos que abordar la sexualidad?:

¿Como algo vinculado a los problemas?
¿Es un problema para los adultos?
¿Es un problema para el sector educativo?
¿Es un problema para el sector salud?
¿Es una dimensión existencial constitutiva de la persona, inseparable de su ser y existir, con una profunda resonancia en la construcción de identidades y de vínculos y, además, como dimensión humana que existe durante todo el transcurso y la travesía de nuestra vida?

En este sentido quiero reconocer y enfatizar en el papel protagónico de la construcción de identidades y vínculos, que constituye un derecho humano inalienable de todas las personas y que es un eje clave para el desarrollo en la niñez y en la adolescencia. Así, la sexualidad no se considera un problema sino uno de los motores fundamentales de desarrollo humano, y por ello se intenta reconocer sus aspectos cualitativos en toda su dimensión, para después rescatarlos en el proceso educativo.

¿Desde dónde abordar la sexualidad? ¿Desde el problema vinculado al riesgo? ¿Cómo dimensión existencial?

A veces vemos que cuando se habla de la sexualidad, las/los maestras/os o las familias empiezan: "que el pollito, que la ratita, que el huevito, que la gallina". La sexualidad humana es única e intransferible a otros seres vivos, a otras especies, precisamente por sus aspectos cualitativos, como el ámbito placentero. El placer es un elemento básico de desarrollo humano, nos hace crecer y humaniza, y es una de las principales características de la sexualidad humana. Un ámbito sobre el cual hay que pensar y reflexionar.

Identificamos cinco componentes esenciales en la sexualidad:

Afectivo: somos los humanos quienes podemos demostrar afecto, amor y estar preocupados por el vínculo amoroso. Y cuando hablamos de vínculo amoroso, no nos referimos solamente al vínculo de la pareja, sino también al elemento de vincularnos con el otro, para poder construir realmente una convivencia humana.

Comunicacional, que va más allá de la comunicación y de la potencialidad y del vínculo piel a piel que puede tener una pareja. Es un elemento de expresión, es un lenguaje.

Creativo: ¿Dónde podemos expresar la sexualidad más plenamente, si no es a través del arte, la poesía, la música, la literatura, la plástica? ¡Y qué terror tienen los profesores de literatura, para abordar esto de los vínculos humanos, esta posibilidad del amor, del erotismo, del vínculo entre dos personas! El arte es una de las mejores formas para llegar a los adolescentes. La sexualidad también es eminentemente lúdica y la educación debería rescatar este elemento.

Pro-creativo. No hablamos de reproducción sino de procreación, porque entendemos que el desarrollo científico-tecnológico, al que hemos arribado, ha hecho posible que la procreación se instale en la vida y en la sociedad humana como un elemento básico, como una potencialidad privilegiada, en la que dos personas concientes, con responsabilidad compartida, pueden dar vida a un nuevo ser humano, al cual no sólo se lo trae al mundo sino que se acompaña en su desarrollo.

Ético: la sexualidad se vive en un ámbito de valores y es imposible abordar un programa de estos sin una reflexión ética, porque la educación sexual es controversial. En un determinado momento, aparece la confrontación entre el derecho de los padres y los tutores, o el derecho de los menores y los deberes del Estado, en el sentido de que cuando hablamos del derecho de los niños y adolescentes como sujetos de derechos, surge el Estado como garante, que debe determinar y analizar críticamente cuál es el bien mayor a tutelar.

Otro punto en discusión frente a la educación sexual es que el debate debe estar fundamentado y evitar quedarse sólo en la opinión. Hay que descifrar o diferenciar los aspectos fácticos de los valóricos, que en sexualidad están muy mezclados. Los anticonceptivos no son buenos ni malos; de hecho son determinados productos y sustancias con características que tienen una función. En el ámbito público es fundamental poder separar lo fáctico de un análisis valórico, para que las y los adolescentes y jóvenes vayan construyendo su propio marco axiológico, que pasa por un proceso de desarrollo moral, de un pensamiento heterónomo a otro autónomo, que los va a consolidar como ciudadanos, sujetos y sujetos de derecho.

Un asunto fundamental que tiene que ver mucho con el trabajo en esta temática en la salud y la educación, es poder efectuar una profunda reflexión sobre el ámbito de nuestra moral individual, lo que en bioética muchos llaman moral de máximos, que sería aquellas ideas del bien que puedo exigirme a mí mismo.

Puedo determinar que la sexualidad es un elemento negativo y que quisiera borrarla de la existencia. Esto es válido para mí, esta es mi moral individual, esta es mi ética de máximos, y el resto de las personas deben, o debieran, respetar mi libertad de conciencia para aquellas decisiones que yo, autónoma y libremente, he tomado para mí. Pero la convivencia social, la democracia, el construir una sociedad plural, laica y democrática, exige fundamentalmente la existencia de una moral social, de una ética social, a la que se denomina de mínimos, no porque sea una ética de segunda, sino porque sería una ética que puede generar el consenso, la convivencia pacífica, armónica, que nos permita deliberar.

Las y los docentes deben estar muy concientes de cuál es su propia ética de máximos, pero, en el ámbito de la docencia, esa ética no es exigible ni transmisible a los otros. Lo único que podemos hacer con respecto a nuestros jóvenes, es respetarlos como sujetos de derechos, y posibilitarles que vayan construyendo su propio marco axiológico y sus propias ideas sustantivas del bien. Y en este sentido, le apostamos mucho a la construcción de personas, de seres humanos, que sería el fin de la educación.

Para terminar, quisiera simplemente transmitirles algunos de los objetivos de cómo entender la educación sexual como un proceso integrado, desde una mirada de complejidad e incertidumbre. No hay ámbito más multidimensional que el de la sexualidad humana. No lo podemos abordar desde la biología específicamente, ni desde las ciencias sociales, desde ningún lugar en particular. Es multidimensional y debe ser un proceso que:

  • Apunte al desarrollo de un pensamiento crítico y autogestor, que aporte información actualizada, veraz y oportuna al momento del desarrollo.
  • Genere un espacio de reflexión para incorporar la sexualidad como forma plena, enriquecedora, saludable y responsable.
  • Posibilite y estimule el desarrollo de las potencialidades como sujetos de derechos y ciudadanos activos y participativos de la sociedad, que origine vínculos de respeto, equidad y solidaridad entre las personas.
  • No puede ser monopólico ni hegemónico, ni patrimonio de un grupo, ni improvisado.
  • Favorezca el proceso para identificarnos como personas sexuadas y sexuales.
  • Revalorice el componente afectivo en la vida de las personas.
  • Favorezca una mayor relación con nuestro cuerpo, con la corporalidad como un elemento de autocuidado y de autoestima, y también para el encuentro con uno mismo.
  • Rescate el derecho a la intimidad y a la privacidad.
  • Beneficie la asunción de conductas sexuales libres, placenteras, concientes y democráticas.
  • Propicie la comunicación de la pareja y promueva conductas recíprocas.

(*) Coordinadora del Programa de Educación para la Sexualidad del Uruguay.

Altablero, 47, La travesía uruguaya hacia la educación sexual
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Altablero No. 47, OCTUBRE-NOVIEMBRE 2008
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