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FRANCISCO CAJIAO RESTREPO (*)
La evaluación en el aula

Uno de los problemas con los que se enfrenta diariamente un maestro o maestra es la evaluación de sus estudiantes. Cada día tiene que enfrentar la responsabilidad profesional de enseñar a un grupo, usualmente numeroso, una lección de matemática, historia, biología, literatura o física. Esta tarea, de por sí complicada, choca con la situación del grupo en ese momento: intereses distintos, capacidades heterogéneas en cada estudiante, la relación que ese maestro haya logrado establecer con sus alumnos y la expectativa que los estudiantes tengan con respecto a lo que se les está enseñando.

Antes de llegar a la clase, el profesor ha tenido que preparar su lección, escoger materiales, idear estrategias para motivarlos... Durante una o dos horas estará con ellos y tendrá que permanecer atento a la forma como se desenvuelve la sesión, llamarle la atención a algunos y verificar varias veces si están siguiendo la exposición o desarrollando las actividades que ha programado. Seguramente, hará preguntas o responderá inquietudes. La mayor parte de los maestros dejará alguna tarea para hacer en la casa y, periódicamente, tendrá que comprobar si todos han aprendido lo que pretendía enseñarles.

Este es el momento de la evaluación formal, que implica elegir una estrategia específica para indagar si los estudiantes han aprendido: puede escoger un examen breve o uno extenso, con preguntas de respuesta múltiple, o de respuesta abierta; tal vez decida hacer una interrogación oral o un trabajo por grupos; quizás les permita usar libros o les exija absoluto silencio; en fin, tiene una gama muy amplia de posibilidades para confrontar el aprendizaje. Luego llevará a su casa un gran volumen de papeles para corregir, porque no da sus clases a un solo grupo sino a varios, de tal manera que es posible que en una semana tenga que revisar muchas pruebas. Mientras lee las respuestas de los estudiantes puede sentir una gran satisfacción porque la mayoría ha dado buenos resultados, o puede sentir la preocupación de que el tema que está verificando no ha sido comprendido por la mayoría. En este caso, un buen maestro se preguntará si realmente no han aprendido o si la prueba que propuso estaba mal diseñada. Incluso puede cuestionarse si lo que enseña tiene algún interés para sus estudiantes.

Pero muchos no se detienen a hacerse estas preguntas sino que se limitan a reprobar a quienes no dieron respuestas satisfactorias, sin tener tiempo para indagar dónde están sus dificultades y buscar estrategias para remediarlas. Usualmente sólo les dirán que van muy mal y que, de ese modo, no aprobarán la asignatura.

Al final de un período académico ciertos niños y niñas y sus familias recibirán la noticia de que van muy mal en varias asignaturas y que si no estudian mucho, tendrán que repetir el curso. Pero no siempre se puede identificar qué pasa con esos niños, qué dificultades tienen, en qué son buenos, dónde están sus fortalezas.

Palabras más, palabras menos, esta es la cotidianidad de la evaluación escolar en muchos colegios. Desde luego, no se puede generalizar, porque hay algunas instituciones que logran dar a la evaluación un valor pedagógico real, y dedican tiempo y esfuerzo para motivar a sus profesores en la búsqueda de estrategias orientadas al desarrollo de los talentos de los estudiantes.

Esta descripción permite establecer unos cuantos criterios para trabajar un tema tan importante en la vida escolar.

En primer lugar es fundamental que los maestros tengan claro qué esperan que aprendan los alumnos. Esto le facilitará la preparación de sus sesiones de clase, pues podrá centrar la atención en lo importante, y podrá elegir los materiales y actividades más apropiados para que ellos se acerquen a adquirir la información, el método y las habilidades necesarias para el fin propuesto. La evaluación, entonces, tendrá que orientarse a verificar esos objetivos que se estaban buscando.

Estas dos recomendaciones que parecen simples, en realidad no siempre se cumplen, pues en muchas ocasiones las evaluaciones no corresponden a lo que se enseñó, ni son claras en su intención de verificar los aprendizajes centrales que se perseguían.

Pero, aparte de los problemas propios de la enseñanza (qué se enseña, cómo se enseña, cómo se evalúa), hay muchas diferencias en la forma como aprenden los niños. El aprendizaje es un proceso completamente individual y cada persona, desde su infancia, va construyendo estrategias propias para aprender, que dependen de sus intereses, de sus habilidades y talentos particulares, del entorno en el cual se vive, de la valoración social que se le dé a ciertos conocimientos en el ambiente familiar o en el entorno escolar, y de la motivación que experimenten los estudiantes frente al estudio. A esto hay que añadirle las dificultades que se presentan en el proceso de aprendizaje por limitaciones biológicas o por trastornos emocionales. Además, en cada etapa evolutiva, el aprendizaje tiene características propias que han sido muy estudiadas por la psicología.

Estas consideraciones muestran la complejidad del proceso educativo, especialmente en las primeras etapas de la vida (educación básica), cuya finalidad es acompañar a niños y niñas en su proceso de maduración intelectual, social y afectiva. La tarea de las instituciones educativas es proveer todos los apoyos necesarios para que cada estudiante pueda ir lo más lejos que sea posible, de acuerdo con sus capacidades, en su formación como un ser humano capaz de llevar una vida autónoma y productiva.

La evaluación, en este contexto, debe permitir a los maestros, a las familias y a los propios estudiantes tener el mayor conocimiento posible de las capacidades y dificultades de cada uno, en los diversos campos que la escuela y la sociedad le proponen como camino para su progreso intelectual y social. Pero, adicionalmente, les debe ofrecer oportunidades de desarrollar aquellos talentos naturales en los cuales se sienten más fuertes y superar las dificultades que puedan encontrar en campos que les son indispensables para desenvolverse en una sociedad cada vez más exigente en los niveles de conocimientos básicos colectivos. Si un estudiante, por ejemplo, tiene un gran talento musical y muestra dificultades en su expresión escrita, es necesario darle la oportunidad para que progrese en la música y es indispensable ayudarle a superar sus problemas de escritura.

Estas orientaciones sobre la evaluación están consignadas en las normas vigentes sobre el tema, pero se requieren avances para ponerlas en práctica en el desarrollo pedagógico de cada colegio.

La movilización social que ha propuesto el Ministerio de Educación Nacional para todo el año 2008, en torno a la evaluación, tiene la finalidad central de estimular una discusión amplia en la cual puedan participar los maestros, los directivos de los colegios, las universidades, los padres y madres de familia y, muy especialmente, los propios estudiantes. Si bien se pretende revisar la normatividad vigente, como fue solicitado por muchas personas durante las discusiones del Plan Decenal de Educación 2006-2016, lo fundamental no es la norma sino las prácticas escolares que aseguren el cumplimiento de los propósitos centrales de la educación básica.

(*) Investigador educativo. Fue director de la división de educación de la Fundación FES, desde donde impulsó proyectos como Atlántida, Nautilus y Pléyade. Asesor de Colciencias entre 2000 y 2004.Hasta diciembre de 2007 se desempeñó como Secretario de Educación de Bogotá. Miembro permanente de la Academia Colombiana de Pedagogía y Educación. Columnista de El Tiempo, ha publicado varios libros y numerosos artículos. Actualmente está encargado del debate nacional sobre la evaluación, que impulsa el Ministerio de Educación.

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